El fin de la inquisición
La Inquisición quedó abolida hace justo ciento noventa años y algunos días, pero algunos de sus procedimientos-convenientemente actualizados- parecieran vigentes en la sociedad actual.
La Inquisición española quedó definitivamente abolida hace justo ciento noventa años y algunos días (para ser exacta en julio de 1834), dejando atrás más de tres siglos de intolerancia, crueldad e intrínseca misoginia. Sin embargo, algunos de sus procedimientos − convenientemente actualizados, eso sí− parecieran vigentes en la sociedad actual. El sambenito o la coroza ahora son señalamientos públicos a quien discrepa, la delación secreta se ha reconvertido en acusaciones en redes desde perfiles anónimos, y la hoguera ya no es una pira, sino la destrucción de la reputación de la adversaria mediante la imputación de hechos manipulados, cuando no inventados.
Todo ello tiene consecuencias nefastas sobre la libertad de pensamiento y de expresión, pues el miedo a las mismas disminuye la capacidad crítica de la ciudadanía y sus representantes y, en general, deteriora la calidad democrática de las sociedades avanzadas. Así, con un debate constructivo cada vez más pobre, se precisa que la persona que mantiene otros puntos de vista sea destruida sin más motivación que sus ideas o su insubordinación a los liderazgos autoritarios.
El fin del Inquisición fue largo, pero inexorable. El siglo XVIII, también conocido como siglo de las luces, no sin dificultades fue marcando el camino de la racionalidad, la universalidad y la libertad a través de la Ilustración. No en vano, el feminismo es fruto genuino de la Ilustración, como también lo es la democracia, motivo por el que no hay feminismo fuera la democracia, ni hay democracia real sin la igualdad plena y efectiva entre mujeres y hombres. Junto a las herejías tradicionales, la Inquisición se empeñó a fondo en perseguir las ideas ilustradas y sus adalides, a muchos de los cuales se les ocasionó un inmenso sufrimiento físico y moral, de la misma manera que muchas mujeres herederas del feminismo ilustrado están siendo acosadas por el nuevo dogma de la teoría queer, por tan solo afirmar que el sexo biológico no es una creencia ni una subjetividad, sino una realidad científica.
La Inquisición tuvo que ser abolida cuatro veces hasta su desaparición. Primero fue Napoléon en 1808, quien pretendía con esta decisión presentarse como un libertador de los pueblos oprimidos por la superstición (una actuación cínica, pues inicialmente recibió el apoyo inquisitorial). Después fueron las Cortes de Cádiz en 1813, con noventa votos a favor y sesenta en contra de su eliminación, si bien se establecieron unos Tribunales Protectores de la Fe dependientes de cada episcopado; no obstante, el regreso al trono de Fernando VII en 1814 supuso la anulación de todas las decisiones adoptadas por las Cortes liberales y la reinstauración del Santo Oficio. Más adelante, con el pronunciamiento de Riego y el inicio del Trienio liberal, el 8 de marzo de 1820 se publicó el decreto que restituía la Pepa, y un día más tarde se promulgó la supresión de la Inquisición y el Consejo de la Suprema que la dirigía.
Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid, de Francisco Rizi (1683). Museo Nacional del Prado.
Como se ve, lo dogmático y lo absolutista son contrarios a la libertad, cuya ausencia perjudica a todos los seres humanos, pero muy especialmente a las mujeres. En 1823, la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis restableció la monarquía absoluta y aunque esta vez el rey Felón no se atrevió a legalizar la Inquisición, esta fue sustituida por las Juntas de Fe, responsables de la ejecución del último hereje en España, Cayetano Ripoll. La muerte de Fernando VII en 1830 desencadenó la primera guerra carlista entre su hermano Carlos María Isidro de Borbón, defensor del Antiguo Régimen y de la Inquisición, y la regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (madre de Isabel II que entonces era una niña pequeña), quien se vio obligada a buscar el apoyo de los liberales. Así, el 17 de julio de 1834 se publicó el decreto de abolición definitiva de la Inquisición y al año siguiente fueron suprimidas las Juntas de Fe diocesanas.
La provincia de Guadalajara no permaneció ajena a todo este proceso que resumidamente hemos expuesto. De esta manera, cuando las Cortes de Cádiz cancelaron la Inquisición, el entonces obispo de Sigüenza, aun no estando muy conforme con esa decisión, mantuvo una postura bastante más moderada que la mayoría de sus colegas mitrados; así mismo, en el periodo del Trienio Liberal apoyó al cardenal arzobispo de Toledo Luis María de Borbón y Vallabriga en sus negociaciones con los liberales para que los obispos conciliaran «los intereses de la religión con la libertad de imprenta y la personal de los ciudadanos».
En la ciudad de Guadalajara, la actual plaza del Doctor Román Atienza antaño fue la plaza de la Cruz Verde, denominada así por emblema de la Inquisición cuyo tribunal local se encontraba en ese emplazamiento. Siguiendo con el rastro de la Inquisición en Guadalajara, fue paisano nuestro el Gran Cardenal, Pedro González de Mendoza, que en tiempos de los Reyes Católicos ejerció un poder tan enorme que de él se decía que era el tercer rey, tanto que colaboró decisivamente en la creación del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en 1478 con el apoyo del papa Sixto IV.
Por otra parte, en Sigüenza fue obispo entre 1539 y 1546 Fernando Valdés, quien en 1547 fue nombrado Inquisidor General bajo el reinado de Felipe II, llegando a ser considerado uno de los más sanguinarios de los inquisidores. Además, el arquitecto nacido en Pastrana, José del Olmo, llegó a ser Maestro de Obras Reales y, también, miembro de la Inquisición; a del Olmo se le encargó el diseño de las gradas, estrados y demás dispositivos que se instalaron en la Plaza Mayor de Madrid con motivo del famoso auto de fe de1680. El truculento evento, que duró el día entero y que contó con la presencia del rey, quedó detalladamente relatado en un libro que el pastranero escribió y que sirvió de fuente al pintor Francisco Ricci (hijo Antonio Ricci, que retrató a la condesa de Saldaña, un bellísimo cuadro que se puede contemplar en el Museo Provincial de Guadalajara, sito en el Palacio del Infantado).
Lo cierto es que aunque la Inquisición fue concebida para mantener la ortodoxia católica a través de la persecución de las herejías (personas sospechosas de judaizantes, brujería, etc.) y de otros delitos que se consideraban desviaciones de la fe (sodomía, bigamia, solicitación en el confesionario, etc.), en realidad resultó ser un instrumento político para mantener el orden social y la uniformidad ideológica, del cual no escaparon las mujeres, sobre todo aquellas más heterodoxas. Las mujeres afectadas por la Inquisición en unas ocasiones eran acusadas y otras eran llamadas como testigos, aunque sus testimonios frecuentemente fueran considerados de menor valor que el de los hombres. Y es que, si bien la Inquisición damnificó numéricamente a más varones, con el transcurso de los años también extendió sus tentáculos a las mujeres no solo por la comisión de supuestos delitos, sino por su condición femenina, sometiéndolas de esta manera a una doble vigilancia.
En este sentido, es obligado mencionar a María de Cazalla y la herejía de los alumbrados, pero eso tendrá que ser para la próxima Vindicación. Mientras llega el momento, les deseo un muy feliz verano. Y a las feministas ya saben, a la cuarta va la vencida.