Comprometidos con el mundo
Creo que siempre es hora de reflexionar sobre lo que pasa más allá porque con ese más allá también estamos comprometidos. Aquí seguimos con Rubiales, la para mi tramposa amnistía está al caer y todo lo que ya sabemos.
Uno va teniendo ya una edad en la que persistir en un cierto optimismo resulta cada vez más difícil. Hablo nada menos que del mundo, de todo lo que nos rodea cada día, de lo que ocurre más acá de nuestras fronteras pero también más allá porque como sentencio Terencio (aunque en otro sentido) “soy un hombre, nada humano me es ajeno”
Pero es verdad que la lógica dialéctica de lo cercano en ocasiones puede a llegar incluso a desdibujar la tremenda oscuridad de un mundo que de ninguna forma nos debería resultar lejano o extraño. Y el mundo hoy sigue siendo una enorme tragedia incomprensible que supera con creces nuestra capacidad de asombro.
Uno va teniendo ya una cierta edad y ha visto cómo se desvanecían tantas esperanzas, cómo se truncaban las buenas intenciones que al final sólo se quedaban en palabras vacías, en desacuerdos, rupturas con el triunfo siempre de unos pocos que jamás han renunciado a controlar el mundo, el poder y el dinero al precio que fuera.
Muchos creímos que después de nazismo jamás un horror tan enorme se podría repetir, que una locura tan brutal iba a encarnarse en la sociedad. Y no sé -porque aún está por descubrir y escribir- hasta dónde llegó el estalinismo. Otro horror. Después del final de guerra mundial se estableció algo que conocimos como la guerra fría que se basaba en un hecho tan débil y a la vez tan amenazador como “el equilibrio del terror”. Sólo el miedo universal, el miedo a que la humanidad prácticamente desapareciera evitaba la gran guerra.
De pronto una sorpresa insólita abrió la dos grietas a la vez: una en el muro de Berlín y otra a la esperanza de llegar por fin a un mundo mejor, a un mundo sin bloques que con el avance de las tecnologías podría solucionar con un pequeño esfuerzo de todos vergonzosos problemas que veníamos arrastrando desde hace siglos: el hambre, la mortalidad en el llamado injustamente tercer mundo, un mayor respeto por la madre tierra que habitamos, el final de la explotación de los poderosos a los oprimidos.
No pasó nada.
En muy pocos años explotaron una vez más los Balcanes y aquellas imágenes y aquel odio entraban cada día en nuestras casas. Luego los yihadistas cambio el mundo con el ataque a las Torres Gemelas y desencadenó conflictos internacionales y la posterior pérdida de cualquier derecho para la mujer en una parte del mundo. Pero mientras con una mano damos premios Nobel de la paz, con la otra nos tapamos los ojos ante la barbarie islámica.
En Rusia un pequeño espía de la KGB quiere volver al zarismo mientras invade países y suicida sin contemplaciones a cualquier disidente.
La Unión Europea deja de ser el sueño de los que un día empezaron a diseñarla y hoy es un monstruo de mil cabezas imposible de acordar nada que vaya más allá que los dineros.
Y por si esto fuera poco, aparece como de la nada y por sorpresa los misiles de Hamas -que no son todos los palestinos- y abren una herida que tendrá repercusiones inimaginables en vidas, economías y más conflictos.
Decía al principio que a cierta edad empieza a ser difícil mantener una cierta dosis, por pequeña que sea de optimismo. Siento haber escrito todo lo anterior, pero creo que siempre es hora de reflexionar sobre lo que pasa más allá porque con ese más allá también estamos comprometidos. Aquí seguimos con Rubiales, la para mi tramposa amnistía que está al caer y todo lo que ya sabemos y toleramos porque no nos queda otra.
Prometo solemnemente que la próxima vez que me ponga a escribir no lo haré con los ojos aun llenos de las atrocidades que nos rodea. Quisiera pensar, que todos pensemos que aún estamos a tiempo de recuperar la dignidad del hombre, la ética, lo que debería ser su gozoso paso por la vida. Es lo que quisiera, pero… qué difícil nos lo ponen. El mundo, hoy, no es hermoso.