¿Otra vez las dichosas dos Españas?

11/02/2024 - 15:37 Andrés Aberasturi/Periodista

Lo que escucho, lo que veo y lo que leo hacen sentirme como obligado a priorizar el viejísimo y controvertido drama del problema de España, un debate que en este país se lleva discutiendo desde finales del siglo XIX.

Juro que a estas edades lo que de verdad me gustaría es escribir sobre las botargas, los mil paisajes posibles de esta Guadalajara que nos ha acogido a tantos sin preguntarnos de dónde veníamos ni por qué elegimos estas tierras para arraigarnos y tratar de sentirnos partes también de su paisanaje.

Juro que me gustaría en este rincón que generosamente me presta Nueva Alcarria entregarme a la agradecida recolección de los recuerdos y hablar por ejemplo de Mangurrino, un personaje arrancado de una película  de Fellini o de los combates de boxeo en aquel local  bastante siniestro, por cierto, de la calla Museo que, bajando unas escaleras, te podías topar con un  cuadrilátero para glorias locales, una bolera o un garito con la mejor música.

Juro que me gustaría escribir sobre esta Yunquera en la que sigue impartiendo clases magistrales de mus el gran “Piri” y el estanco sigue donde siempre estuvo, aunque modernizado  y los móviles cerraron la centralita telefónica -siempre con demora- lo mismo que la vieja estación que hoy es casi como un fantasma, perdido en el tiempo su precioso reloj y sin el ir y venir de maletas de cartón.

Juro que me gustaría escribir de todo esto y muchas cosas más porque soy un intruso en este del Siglo XXI, un invitado más que protagonista y los recuerdos -que no la nostalgia ni la melancolía- me animan al pasado. Me gustaría, juro me gustaría, pero no puedo.

 

Por deformación profesional, o masoquismo, soy de los que siguen escuchando las tertulias políticas, viendo los informativos y leyendo periódicos. Y lo que escucho, lo que veo y lo que leo hacen sentirme -ya sé que inútilmente- como obligado a priorizar el viejísimo y controvertido drama del problema de España, un debate que en este país se lleva discutiendo desde finales del siglo XIX sin que parezca que las tópicas “dos Españas” lleven camino de caminar juntas alguna vez.

Ahora se ha puesto de moda lo de la “polarización” que es exactamente lo que Machado resumía   en cuatro versos desgraciadamente inmortales: “Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios/. Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”.

No soy catastrofista; paso de lecturas apocalípticas y profecías interesadas. Quiero decir que no creo que España se rompe ni se romperá como vocean unos lo mismo que creo que esta política desmelenada y caótica pueda solucionar ningún problema endémico. No comulgo con Laín Entralgo viendo a “España como problema” ni con Calvo Serer y su “España, sin problema” 

  Yo me siento, sobre todo, protagonista anónimo de la Transición porque viví la dictadura y me emocioné cuando llegó la libertad. Y lo cierto es que todo salió mejor de lo que se esperaba. Naturalmente, con sus aciertos y sus errores. Fueron décadas que todos transitamos no hacia el olvido del pasado reciente sino al ensayo de convivir sin odios viejos, defendiendo cada cual sus ideas y ocupando un lugar en una Europa que -quién lo iba decir- es hoy el dique que puede frenar cualquier tentación de desatino.

Es verdad que el mundo ha cambiado desde el 78, y que una extrema derecha parece aspirar en todo el continente a tener un papel que todos los bien nacidos rechazamos. Pero antes de que eso ocurriera o se convirtiera en un problema, alguien en España encendió una cerilla empeñado en abrir para la Historia una herida que, con la generosidad de la mayoría, estaba cicatrizando sin sangre ni dolor. 

No, no es Sánchez el responsable único de todo lo que está pasando. Fue, desde mi punto de vista, Rodríguez Zapatero, en un empeño fanático y difícil de entender, quien volvió - entre otros desatinos- a abrir la herida de España que, sin olvidar el pasado, estaba dispuesta a perdonar y convivir.