... Y no pasa nada
Nada justifica nada, ni el histórico expansionismo por la fuerza de Israel ni el ataque terrorista de ese grupo de palestinos. Pero tampoco cabe una neutralidad forzada.
He vuelto a oír el monologo de Gila cuando llama por teléfono al enemigo. En la introducción, antes de la llamada, dice lo más brutal que se puede decir sobre una guerra y cito textualmente: “la guerra también tienes sus ventajas: te hinchas a matar y la policía…nada. Un día maté yo a treinta y tantos; pasaba la policía y dije: he sido yo, ¿qué? y dijeron, nada, nada, perdón…” Y la cosa es que lo escuchas y te ríes, te ríes cuando dice que una de las ventajas de la guerra es que te hinchas a matar y no pasa nada. Yo lo he vuelto a oír adrede después de ver un informativo en el que cada bando hacía recuento -y gala pública- de sus víctimas y las de su enemigo. Y es verdad eso que oyendo a Gila nos hace tanta gracia: se hinchan a matar y no pasa nada.
En Ucrania y en la franja de Gaza se están matando diariamente a decenas de personas. Vuelan bombas sobre centrales eléctricas, sobre refugios, colegios, hospitales… Los soldados entran en los pueblos y en los túneles con la bayoneta calada y todos se hinchan a matar. Y no pasa nada. Como mucho se discute algo tan sutil como la proporcionalidad: te puedes hinchar a matar a los soldados de enfrente porque esos chavales son el enemigo. Y no pasa nada. Son chicos de tu edad, como tú, pero les han puesto un uniforme y eso les da derecho a matar y a morir. Son soldados. No pasa nada. Otra cosa son las víctimas civiles, los bombardeos masivos, la destrucción sistemática de pueblos y aldeas reducidos a escombro y ceniza. Para eso inventamos un nombre si no tranquilizador del todo, sí al menos algo más suave y fatalmente admitido como imposibles de evitar: “daños colaterales”. Y sobre este efecto digamos secundario, si podemos hablar y discutir. Los soldados pueden matarse sin problemas, pero hay que evitar lo daños colaterales, hay que respetar la proporcionalidad.
¿De verdad estamos discutiendo eso? ¿De verdad nos creemos que uno de los bandos de una guerra no va a utilizar -no está siempre utilizando- toda su fuerza indiscriminadamente para así guardar la sacrosanta proporcionalidad? ¿Es que no tenemos ya bastante experiencia con lo ocurrido en el pasado reciente como para seguir discutiendo y enarbolando ese concepto imposible que llamamos proporcionalidad? Todo quieren ganar y todos utilizan toda su fuerza salvo esas armas nucleares de última generación que supondrían el fin de todo.
No hace falta rememorar las dos guerras mundiales, nuestra guerra civil, la represión soviética (Polonia, Checoslovaquia, Hungría…) la guerra de los Balcanes y ahora Ucrania y más ahora aún Israel y Palestina. Y para colmo, la mitad de los países que intentan blanquear su conciencia pidiendo proporcionalidad -nuestro país incluido- se lucran con el dudoso negocio de la venta de armas a unos y otros.
En el IV Convenio de Ginebra se estableció un código, el llamado derecho internacional humanitario que señalaba los límites que deben ser respetados por los contendientes en cualquier guerra. Estas son sus tres primeras reglas: prohíbe el uso de armas especialmente crueles y los ataques indiscriminados contra la población civil, como las armas químicas o las minas antipersona; las partes del conflicto deben abstenerse de atacar a la población civil y proteger espacios como escuelas y hospitales; se debe asistir en todo momento a los heridos, a los enfermos y proteger al personal sanitario.
Naturalmente nada de toda esta solemne declaración de buenas intenciones se ha cumplido nunca, pero volviendo al monólogo de Gila, “no pasa nada”. O sí. Pero lo que pasa es peor: el mundo se divide en dos, como siempre, y la verdad -también como siempre- es la primera víctima de dos relatos hechos a medida de cada bando. Y aparecen los defensores de Israel olvidando todo lo ocurrido desde el año 48 y frente a ellos lo pro-palestinos que intentan poner entre paréntesis el salvaje atentado de Hamás. Nada justifica nada, ni el histórico expansionismo por la fuerza de Israel ni el ataque terrorista de ese grupo de palestinos. Pero tampoco cabe una neutralidad forzada. De nuevo las eternas brasas de la coexistencia de Palestina e Israel, alimentadas tantas veces por Occidente, estallan en un incendio que pisotea cualquier rescoldo de humanidad, cualquier derecho por mucho convenio de Ginebra. Todos somos culpables y no encuentro ninguna razón para posicionarme en este desastre. Sólo cabe recordar -pero esta vez llorando- que, como decía Gila, todos se hinchan a matar… y no pasa nada.