Conferencias
Con su fina ironía, decía el escritor y filósofo catalán Eugenio d’Ors que en Madrid a las ocho de la tarde o das una conferencia o te la dan. En Guadalajara, en ocasiones, es lo mismo, aunque un rato antes.
Esta semana, sin ir más lejos, han coincido varias actividades en la capital, algunas -es una pena- de forma simultánea. Una de ellas fue organizada por la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Guadalajara, quienes -y les estoy enormemente agradecido por ello- tuvieron a bien invitarme a impartir una charla sobre los símbolos del franquismo en Guadalajara, que inauguró el interesante ciclo Humanismo y Pensamiento Crítico. Me perdí, eso sí, la que a la misma hora impartió Juan Pablo Calero en el Archivo Histórico Provincial, a la que me hubiera gustado asistir; ya lo decía D’Ors. El salón de actos de la biblioteca, pese a todo, se llenó de amigos de la cultura, de amigos de la palabra y de la expresión oral, dispuestos a escuchar a otra persona exponer una cuestión de interés con, al menos fue mi propósito, el máximo rigor académico posible. Hay que reivindicar este tipo de actos, que nos acercan al saber y nos permiten abrirnos a otros conocimientos o contrastar los nuestros, algo siempre positivo.
Insistí en la misma, y les hago un breve resumen, en la importancia de los símbolos, en cómo son usados por la política, para centrarme en particular en los símbolos franquistas que hubo en la capital. El franquismo, como todas las dictaduras que en la historia ha habido, desde la cubana a la soviética, pasando por las de Hitler o Mussolini, buscó la legitimación de la que carecía colmando el espacio urbano de nombres de calles, estatuas, bustos, placas, escudos, edificios y monumentos de todo tipo. Esa complicada y envenenada herencia hubo que gestionarse una vez llegada la democracia, de tal forma que los símbolos fueron desapareciendo poco a poco gracias a la labor de diferentes alcaldes, de uno y otro signo.
La mayor parte eran símbolos efímeros y desaparecieron por siempre, pero algunos son obras de arte que tienen valor como tales. No podían continuar en la calle, evidentemente, por sus connotaciones políticas, que tanto daño hicieron a la imagen de nuestra ciudad, pero ahora, pasado el tiempo, es momento de repensar qué se hace, por ejemplo, con la estatua de Franco, obra del escultor alicantino Antonio Navarro Santafé, autor de la célebre estatua del Oso y el Madroño de la Puerta del Sol. Mi propuesta es desactivarla trasladándola a un museo, a ese Museo de la Ciudad que nunca acaba de llegar, haciendo pedagogía de ella. Insistiré, con más espacio, en breve.