Cuelgamuros

25/10/2019 - 16:58 Jesús de Andrés

Una sociedad democrática no puede estar hipotecada, tutelada ni asustada por el legado de regímenes dictatoriales previos. 

Que a un dictador no se le rindan homenajes, no se le reconozca su “labor” y se le fuerce a abandonar el espacio simbólico, siempre es una buena noticia. Tanto vale para dictadores de derechas como de izquierdas. Una sociedad democrática no puede estar hipotecada, tutelada ni asustada por el legado de regímenes dictatoriales previos. Una estatua, una calle, el nombre de una localidad, cualquier tipo de reconocimiento, definen la realidad, y la tumba de un dictador ubicada en un mausoleo de dimensiones colosales es una ofensa superlativa. No sirve rebuscar argumentos personales o históricos para justificarla, porque no tiene justificación alguna. Los símbolos políticos, y no se me ocurre uno mayor que el del Valle de los Caídos, generan identidad (tanto la propia como la que perciben los demás), construyen la memoria histórica (independientemente de cuál sea esta), definen políticamente el espacio compartido y contribuyen a la socialización de las nuevas generaciones de ciudadanos. No es algo menor.

Dentro de poco se cumplirán quince años desde que el ayuntamiento de Guadalajara, por aquel entonces regido por Jesús Alique, retiró las estatuas de Franco y José Antonio Primo de Rivera. Fue en un momento previo a la aprobación de la ley de memoria histórica, cuando el recuerdo del franquismo ocupó la agenda pública durante un tiempo. Transcurridos casi tres lustros desde aquello, sólo cabe señalar que fue un gran acierto. Y no sólo eso, fue la mejor herencia simbólica que pudo dejar a su sucesor, Antonio Román. Quizá el Partido Popular no se haya parado a pensar qué supuso para ellos que esa cuestión estuviera resuelta cuando llegaron al gobierno municipal, ni sea consciente del gran problema que les hubiera supuesto tener que lidiar con ese asunto. Por aquel entonces, antes de la retirada de estas estatuas, Guadalajara era lugar de peregrinaje de no pocos grupos de extrema derecha, nuestra ciudad aparecía en medios de comunicación y reportajes sobre el franquismo, nuestros gobernantes tenían que dar explicaciones un día sí y otro también sobre la pervivencia de los símbolos de la dictadura y nosotros, los guadalajareños de a pie, teníamos que soportar dicha presencia a diario porque formaba parte de nuestro paisaje y de nuestro marco simbólico. De no haberse afrontado su retirada, el ayuntamiento del PP se hubiera desgastado en justificaciones absurdas, hubiera sido señalado por todos, hubiera tenido que seguir limpiando los monumentos vandalizados y, posiblemente, al final se hubiera visto obligado a retirarlos. Pasó en Santander, donde un gobierno municipal similar aguantó hasta que no pudo resistirse a lo evidente: no hay espacio en democracia para rendir homenaje a las dictaduras, en este caso a la franquista. Que Franco haya sido sacado de Cuelgamuros es una gran noticia para todos los demócratas. Si no lo es para usted, reflexione sobre ello porque tenemos todos un problema.