De Baroja, ni pío
Nuestro Claro Abánades contaba que Don Pío anduvo por los lares molineses, como Moliére, Galdós, César Ruano, Gómez de la Serna o Camilo José Cela.
Baroja decía que en primavera el hombre nota que “no se renueva como el árbol, ni como el arroyo, ni como la nieve del monte, y que lo que muere en él no vuelve a brotar jamás” (Las tragedias grotescas). La cita me asalta al cumplirse 150 años de su nacimiento, cifra tan redonda como el centenario de la muerte de Galdós y Pardo Bazán, conmemorados en 2020 y 2021 con magnas exposiciones y actos de dimensiones nacionales, pese a la pandemia.
Pero no habrá un tan merecido Año Baroja. Los homenajes en su tierra cuentan con la oposición de ayuntamientos como San Sebastián y del ejecutivo peneuvista por no haber escrito en euskera. Pese a haber contribuido a la creación del mito de una raza vasca, diferenciándola del resto de las que pueblan el “solar patrio”, esto es España.
No entienden que las letras españolas le permitieron, como a Unamuno, ser un escritor y pensador de alcance universal. El ejecutivo de Sánchez, con el ministro catalanosocialista Iceta en cabeza, se suma al menosprecio por sus críticas a la II República hace 85 años. Perviven las descalificaciones de algunos coetáneos y los padres jesuitas (“impío” autor de novelas “inmorales e inapropiadas para personas formadas”).
Nuestro Claro Abánades contaba que Don Pío anduvo por los lares molineses, como Moliére, Galdós, César Ruano, Gómez de la Serna o Camilo José Cela. Durante su viaje a la Alcarria, el luego Nobel pregunta con retranca a unas chicas si conocen al escritor en el bar de Tendilla, donde los Baroja compraron un olivar “para poder tener aceite todo el año”.
“Molina de Aragón es un pueblo –escribió- de cierto empaque aristocrático, con casas hermosas, calles bastante anchas y una gran fortaleza que volaron los franceses en la guerra de la Independencia, dejando de ella solamente varios torreones, altos y dramáticos”.
Debería ser homenajeado al menos en su ciudad adoptiva, Madrid. Sus trilogías narrativas y Memorias de un hombre de acción, escritas antes de la guerra, le hicieron un sitio en la peana de los ilustres del 98 y la literatura universal. Forma parte de nuestra educación sentimental. Como Delibes y Bécquer.