Despelote futbolero
Los aspirantes a Messi o Benzema han de competir también con 30 millones de chavales de otros países del mundo donde pescan los clubes. Para lograr un puesto en un equipo de Champions es necesario dejar atrás a tantos competidores que ni para ser astronauta o premio Nobel.
La pasión balompédica recorre España estos días junto a la preelectoral. Incluso entre la infancia. Carlos Bilardo, uno de los protagonistas más importantes de la historia del fútbol, sostenía que a partir de 8 años es muy difícil mudar de conjunto preferido. “En su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no de equipo”, abundó el no menos gran aficionado y escritor Eduardo Galeano. Sobran ejemplos.
Los espabilados niños de hoy deberían saber a esa edad que el fútbol no es un deporte, sino el negocio de unos superlistos que utilizan para forrarse la falsa magia y poesía del gol como espectáculo. Algunos malvados también lo usan para alimentar el sueño de unos aficionados de humillar o vencer a otros rivales con una simple pelota de cuero. No es casualidad que cada vez se hable más de jugosos negocios, árbitros comprados y otros chanchullos.
Alguien debería hacer estas cuentas a las criaturas menores con el delirante sueño de ser futbolista. Y a las mayores. Según la FEF, en España hay 907.233 federados. Pero sólo 2.400 de ellos son profesionales, apenas 480 juegan en segunda división y otros 400 en primera. En los cinco equipos punteros (la élite, con sueldos a superestrellas que marean) hay 100 plazas pero sólo 35 las ocupan nativos españoles.
Los aspirantes a Messi o Benzema han de competir también con 30 millones de chavales de otros países del mundo donde pescan los clubes. Para lograr un puesto en un equipo de Champions es necesario dejar atrás a tantos competidores que ni para ser astronauta o premio Nobel.
La frustración puede venir rodando pegada al poste o por la escuadra. Habría que convencerles de que es más fácil ganarse las lentejas y ser feliz, por ejemplo, como modestos docentes, oficinistas modernos, fontaneros o panaderos.