Diputeros y pornopolítica
Finos articulistas hablan de una nueva clase política: los diputados en calzoncillos o en pelotas. Otros no lo ven para tanto.
Ni ‘tamamesazos’ ni frentes ‘antiayusistas’, ni sumas electorales o precios sin órbita. Será difícil, salvo que ocurra un terremoto o escape nuclear, que los medios sumisos al Gobierno puedan desterrar de la actualidad la presunta trama del ya exdiputado socialista Juan Bernardo Fuentes, conocido como Tito Berni.
La prensa, como se decía, cuando hay dineros con sexo a costa de las arcas públicas de por medio, difícilmente suelta la presa. Si los protagonistas, además, son diputados en lujosos restaurantes, hoteles no tan discretos, copas, cocaína, empresarios y hasta un general picoleto sobornados, se desata la tormenta perfecta. No digamos si las comentaristas, ya mayoría, son mujeres.
Finos articulistas hablan de una nueva clase política: los diputados en calzoncillos o en pelotas. Otros no lo ven para tanto. “Si tuviera que dimitir- plantean- todo parlamentario que se ha ido de putas, ¡cuántas bajas habría en el Congreso”? En la última encuesta del CIS sobre actividades sexuales casi un tercio de españoles admite haberlo hecho alguna vez. Extrapolando al hemiciclo, 60 de los 184 varones.
Visto así, tampoco es para tanto, salvo por el uso de dinero público. El lío es morrocotudo aunque juren a sus esposas y ciudadanos que se retiraban tras cenas a secas. Estos padres de la patria serían hoy pasto de escritos con la gracia, ingenio y afilada pluma de Quevedo, Lope, Cela, Umbral o Nicolás Fernández Moratín, quien definió la putería como “gran ciencia” en su magnífico poema “Arte de las putas” (1898), prohibido durante un siglo.
Los ‘peperos’ de Zaragoza han insinuado a Lambán que entre los diputeros figura uno de sus filas. “Si ya son tantos como autonomías, ¿por qué no otro de la nuestra, líder de España en burdeles?”, plantea un colega paisano. La carne, dicen, es débil. Igual todo queda en habladurías.