Distracciones

25/04/2020 - 17:14 Marta Velasco

El cerebro es un invento divino y ningún ordenador puede igualarlo. También la naturaleza nos distrae del tedio del confinamiento, beneficiándose del abandono urbano.

Abro el ventanal.  Un viento fresco mueve las hojas nuevas de la hiedra y, de repente, he tenido un magnífico déjà vu justo al acercarme al jazmín de invierno, y me he sentido en mitad de mi terraza de Madrid como hace cien años en nuestro Bosque seguntino, cuando me levantaba temprano y el sol era una luz purísima sobre el cielo raso. Es el olor, el olor de una ciudad desierta que llega desde la sierra y que me lleva directamente a un mundo infantil sin luz eléctrica ni coches, pero dotado de todos los olores, sabores, colores y ruidos de la naturaleza.

El cerebro es un invento divino y ningún ordenador puede igualarlo. Cuando la vida depende de un roce, cuando no puedes ni llorar por un amigo, cuando en todas partes se oculta el enemigo invisible, aspiras la brisa y vuelves a un lugar amado al que seguramente nunca más regresarás, te dejas mecer por la ráfaga de un viento remoto y un perfume antiguo a pinar y carrascas te distrae del miedo y del dolor. Por unos segundos sabes que aquel verano largo y lejano existió, que fue feliz y que nadie nunca te quitará esa minúscula alegría que acabas de sentir en medio del caos. Estas pequeñas distracciones, estas pausas inconscientes y piadosas del dolor o del desasosiego, te las proporciona tu propia mente para resarcirte del desbarajuste de nuestro día a día.

También la naturaleza nos distrae del tedio del confinamiento, beneficiándose del abandono urbano. Los monos se bañan en una piscina comunitaria como un anticipo del regreso al Planeta de los Simios e imagino que, en cualquier momento, las jirafas del zoo se asomarán a nuestra ventana a ver qué raros animales enjaulados somos.  He visto en TV unos pavos reales paseando su palmito por un Madrid desierto, hoy los corzos hacen cola en la parada del autobús y los delfines surfean en las playas del Cantábrico…. Desaparecen los aviones y los coches y la naturaleza gana, el mar se limpia, los bosques se esponjan, cantan los grillos, brillan las luciérnagas, las ranas trasnochan celebrando la luna llena y he conocido a un saltamontes de liquen, increíble, un auténtico milagro. 

Rezamos por los que cayeron, buscamos ayuda de Dios, aunque sabemos que nunca medió en nuestros desmanes. Nos dejó bien organizados en el universo, nos concedió el libre albedrío, nos hizo inteligentes y curiosos, pero el Mal vive en la Tierra y hoy el mal es el coronavirus: lo inexplicable, una partícula invisible que nos está asesinando. Tendremos que pensar en aplicar medidas que en otros países han tenido éxito, para enfrentarnos al problema sanitario y al económico terrible que le precederá. El presidente, primer responsable, debería olvidarse de socios secesionistas y totalitarios, limpiar su gabinete, y poner al frente de este acuciante problema a personas expertas de verdad.  Todavía hay tiempo para rectificar, buscar soluciones, apoyos en Europa y actuar sin soberbia y con generosidad.