El maligno
El Mal vive entre nosotros y el infierno existe, está ahí, en Siria, en la frontera de Turquía, en Ucrania, en los pliegues helados de los edificios donde hay atrapados niños.
Estaba leyendo una novela mágica y hermosa, muy adecuada para estas frías tardes de invierno, cuando el telediario dio noticias del terremoto en Turquía y Siria; la tierra rota mostró el infierno, tragando edificios enteros con las familias que los habitaban, y la pantalla se convirtió en una herida abierta imposible de mirar sin sentir dolor por esas personas que antes no conocíamos y ahora las estábamos viendo sobrevivir o morir entre los escombros.
Cuando en el mundo ocurre algo tan apocalíptico, algo que, por su magnitud, no podemos achacar a Sánchez y a sus socios, todos, aun los agnósticos, miramos a Dios con una cierta sospecha, al fin y al cabo, en el pensamiento cristiano occidental, Dios siempre dirigió la gran orquesta del universo… Pero pronto caemos en la cuenta de que los culpables somos nosotros mismos, así que, al temblar la Tierra, al estallar una guerra o sufrir una catástrofe provocada o natural, nos avergonzamos sabiendo que es una consecuencia lógica de nuestro atolondrado comportamiento, por no cuidar con esmero del planeta que nos sustenta o por haber encumbrado a seres tan crueles como Putin, podridos por la ambición.
Antes teníamos al Maligno como coartada. El Ángel caído, Príncipe de las Tinieblas, Satán, Pedro Botero, Asmodeo, Sadhuzag (ciervo demoniaco que tocaba el arpa), oscuras acepciones del Mal que nos arrastraban al pecado… Creo que ha sido un error prescindir de este personaje multidisciplinar y polivalente, sembrar la duda sobre su realidad y desahuciarlo de su infierno llameante en el sótano, es el más real de los seres angélicos, el caído en desgracia, el Mal.
Bastante hizo Dios dando al hombre primera fila en el universo y, bueno, también el libre albedrío, que decía José Luis Cuerda, pero el Mal vive entre nosotros y el infierno existe, está ahí, en Siria, en la frontera de Turquía, en Ucrania, en los pliegues helados de los edificios donde han quedado atrapados tantos niños, en la cabeza de los tiranos, en las guerras y las catástrofes. Los españoles estamos en el cielo de Europa y, aunque tenemos muchos problemas, siempre podemos echar la culpa al gobierno, que la suele tener.
Después del pavoroso telediario la vida continúa en esta parte del mundo, y he acabado de leer una novela, que me ha encantado; se llama Hamnet y la ha escrito Maggie O’Farrell, la recomiendo mucho, es triste pero preciosa. Como la vida.