El científico español Santiago Ramón y Cajal
En julio de 1929 el catedrático jubilado visitó la ciudad de Sigüenza.
La belleza de la ciencia. Se han cumplido, en el pasado mes de octubre, ochenta y cinco años de la muerte del gran sabio español Santiago Ramón y Cajal, pionero de la neurociencia moderna, universalmente reconocido, premio Nobel de Fisiología y Medicina del año 1906 por sus descubrimientos en torno a la estructura y función del sistema nervioso.
Siempre pintor y excelente dibujante. Sorprende observar cómo a través de miles y bellos dibujos, trazados a lápiz, tinta china y acuarelas blancas, fieles copias de las preparaciones que observaba con el microscopio, Cajal demostró a la comunidad científica su imaginativa y veraz doctrina: las neuronas son células individuales, independientes y conectadas entre sí. Ahora, academias, institutos superiores y universidades custodian y enaltecen su profético legado.
Viejas anécdotas y sucedidos
En los últimos días del mes de julio de 1929, a los setenta y siete años de edad, un popular y laureado Santiago Ramón y Cajal, catedrático jubilado de la Universidad Complutense de Madrid, en automóvil, arriba a la episcopal Sigüenza. Una histórica ciudad, calmosa y apacible, ajena a los fragores políticos de las grandes urbes, capital comercial y de servicios de una amplia comarca.
El insigne científico espera encontrar en la suavidad del verano seguntino el mejor bálsamo que restablezca la salud de su esposa, Silveria Fañanás García, aquejada de una grave afección respiratoria. El matrimonio viaja en compañía de dos de sus hijas, una joven sirvienta, el chófer particular Amado Serrano, y del ama de llaves, Isidora Ballano, natural del cercano pueblo de Anguita. Simpática muchacha de veintiocho años, cariñosamente llamada Dora, dedicada al servicio de los Cajal hasta el fallecimiento del cabeza de familia. Días más tarde, todos ellos se trasladarán hasta Anguita donde el investigador recibirá un homenaje de admiración y respeto.
Santiago Ramón y Cajal toma alojamiento en el número diecinueve de la calle de San Roque, lindera con el risueño paseo neoclásico de la Alameda, en uno de los barrios elegantes de Sigüenza, habitual morada de los veraneantes y de las personas acomodadas de la ciudad. Al punto, escribe una carta a uno de sus subordinados dándole cuenta de su llegada: “Amigo Tomás: Llegamos a Sigüenza sin novedad, aunque pasando bastante calor en el camino y nos hemos instalado en una casa grande bastante fresca; pero las escaleras, aun siendo solo veinticuatro, molestan a mi mujer y la retraen de salir a la calle. Dentro de la habitación, hoy, domingo, —que debe ser un día de mucho calor—, tenemos veinticinco grados. Los alimentos son buenos y baratos y las muchachas están contentas… Recibe los afectos de tu jefe y amigo, Cajal”. El nombrado Tomás, del cual desconocemos el apellido, oficiaba de conserje en el Instituto de Investigaciones Biológicas, el actual Instituto Cajal, dirigido por el prestigioso doctor hasta su fallecimiento.
Periódicos y noticias
Los días seguntinos de Ramón y Cajal son alborozada reseña en las páginas de los semanarios de información existentes en la ciudad. El periódico La Defensa, de tendencia liberal y republicana, dirigido por el abogado Eduardo Olmedillas, y el rotativo católico El Henares, editado por el canónigo arcediano Hilario Yaben, agradecen a Cajal el haber elegido Sigüenza como lugar de veraneo y le desean que disfrute de felices y gratas vacaciones. A un tiempo, el periódico mensual Renovación, órgano de la Asociación de maestros de la provincia de Guadalajara, editado entonces en Sigüenza, saluda a tan reconocido huésped, rogándole que regrese a la ciudad en los años venideros.
Sabido es que nuestro personaje, aunque de carácter severo e introvertido, gustaba del ambiente distendido de tertulias y cafés, que visitaba de vez en cuando con calculada templanza. Como él mismo asegura, los entretenimientos son necesarios, “más todo a su hora, con medida y como quien toma un reconstituyente. Cuando lo pida el ánimo y no cuando los deseen los demás”.
Biógrafos y eruditos cuentan que Cajal, durante su estancia en Sigüenza, frecuentaba el antiguo casino del Círculo Seguntino, situado cerca de su domicilio, en el número tres, ahora siete, de la calle de San Roque. Allí hacía uso de la sala de lectura, donde estaban dispuestos periódicos y revistas, y muchas veces, solicitaba el llamado recado de escribir a fin tomar algunas notas o rasguear los párrafos de una carta.
En compañía del médico seguntino Salvador Relaño, con el cual estableció una amistad cordial, Ramón y Cajal se sumaba a las tertulias burguesas de la ciudad. Es posible que, en una de esas visitas, recibiera el saludo de bienvenida del alcalde Fernando Muñoz de Grandes. En otras ocasiones, tras ascender la costanera calle de Medina, cumplía visita en el otro casino de la ciudad, de sencilla y popular clientela, La Unión Seguntina, presidido por el maestro Joaquín Lillo, antiguo director del semanario La Verdad Seguntina.
Paula Ramón, la penúltima hija de Cajal, recordaba en sus escritos la habitual costumbre de su padre de pasear bajo la sombra de los árboles centenarios de Sigüenza, mirar con atención el ir y venir de los viandantes desde los kioscos de la Alameda, amén de acudir, en salutíferas y cotidianas excursiones. —en coche, por supuesto— al cercano pinar. Dicen que don Santiago, en su decida búsqueda de encontrar los rincones abiertos y ventilados, comprobaba con tenacidad la temperatura ambiente por medio de un termómetro que alojaba en el bolsillo superior de su chaqueta. En los días calurosos se cobijaba entre los gruesos muros de la catedral, vagaba por naves y capillas, hasta dar con un lugar más fresco y atemperado.
El deambular seguntino del inolvidable catedrático permanece grabado en la memoria de las gentes. Alfredo Juderías, el recordado médico y escritor de Molina de Aragón, en su precioso volumen titulado Elogio y nostalgia de Sigüenza, cuya primera edición data del año 1957, bautiza con el nombre de “pradillo de don Santiago” a uno de los paseos arbolados de la Alameda, con rumores del Henares, contiguo a la renacentista iglesia de Santa María de los Huertos. Un lugar tupido romántico y silencioso, apartado de jaranas y bullicios, por donde caminaba el prestigioso veraneante.
Después de una estancia de quince días, antes de las fiestas patronales del mes de agosto, ante un agravamiento de la salud de su esposa, Santiago Ramón y Cajal se ve obligado a regresar a Madrid. No volverá a Sigüenza. Cinco años más tarde fallecerá en su palacete madrileño de la calle de Alfonso XII.
El recuerdo de Ramón y Cajal está inscrito en los viejos anales seguntinos. A los treinta y dos años de su visita, en el mes de abril de 1951, el ayuntamiento de Sigüenza celebra en su memoria un sencillo galardón. Alcalde y concejales, por unanimidad, acuerdan dar el nombre de Santiago Ramón y Cajal al primer tramo de la carretera de Alcuneza. Hermosa deuda de gratitud en recuerdo del sabio español más universal de la historia de la ciencia.