El conde de Romanones: veraneo en San Sebastián


San Sebastián se convirtió en lugar de veraneo de personajes tan conocidos para nosotros como el conde de Romanones.

Desde mediados del siglo XIX se puso de moda veranear en el Norte de España. La monarquía dejó a un lado los destinos tradicionales donde pasaban los meses más calurosos del año, como La Granja, para buscar refresco en ciudades como Biarritz, San Sebastián o Santander. El clima más suave, el mar, el descanso que otorgaban nuevas formas de relajación, como los balnearios, y los nuevos deportes que empezaron a practicarse a principios del siglo XX, como el polo, el tenis o la vela, hicieron posible lo que se ha bautizado como “el descubrimiento del Cantábrico”.
No solo eran los reyes los que veraneaban en estos lugares; junto a ellos se desplazaba toda la corte. La nobleza acompañaba a la monarquía en sus desplazamientos, construyéndose palacios y villas en estos destinos para permanecer cerca del poder también en verano. Cuando Biarritz comenzaba a estar de moda, la prensa de la época no dejaba de mencionar que unos de los primeros en construir una residencia en este lugar fueron los duques de Osuna.
Los monarcas españoles tuvieron predilección por determinados lugares. Alfonso XIII veraneaba cada año en Santander, donde, y por suscripción popular, la ciudad le regaló a él y a su esposa Victoria Eugenia el Palacio de la Magdalena, erigido expresamente para ellos.
Pero fue Isabel II la que descubrió las bondades de este lugar cuando llegó en 1861 para disfrutar de los conocidos como “baños de ola”, los cuales rápidamente se pusieron de moda. Y es que, tanto la nobleza como la burguesía quisieron imitar estas novedosas actividades.
En el caso de San Sebastián, fue la reina regente María Cristina la que escogió este lugar como destino de vacaciones durante décadas, haciendo de la playa de la Concha el centro de la vida social. La ciudad conoció un gran auge debido a ello, y se construyeron edificios emblemáticos como el casino, el teatro, o el famoso Hotel María Cristina, nombrado así en su honor.
San Sebastián se convirtió en lugar de veraneo de personajes tan conocidos para nosotros como el conde de Romanones. Figura clave en la España del momento, Romanones no pasaba desapercibido. Numerosos periódicos recogían las crónicas de su descanso estival en la ciudad, en esa curiosidad que se tenía por saber qué hacía la aristocracia en su día a día.

Romanones (en el centro) junto a sus amistades en la playa de Ondarreta. 1930. Fondo: Marín-Kutxateka.
Este interés hizo que surgieran en la prensa secciones especiales como la titulada “Cómo veranea la gente conocida”, de la revista Estampa. Revista gráfica y literaria de la actualidad española y mundial. En 1930, en uno de sus números de julio encontramos esta sección dedicada a nuestro conde. Y es que su objetivo era “mostrar la vida de las personas populares en sus retiros de verano, [...] describiendo la existencia de políticos, escritores, artistas, deportistas, etc., en los rincones donde pasan sus vacaciones estivales”.
Así, y gracias a esto, podemos saber que Romanones seguía una inamovible rutina a pesar de estar de vacaciones. A las ocho de la mañana empezaba a trabajar escribiendo en una mesita a la puerta de su casa. Sobre el mediodía se iba a la playa de Ondarreta para tener una tertulia política con sus amistades, con las que pasaba en torno a una hora charlando y discutiendo “de la cosa pública”, como podemos ver en la fotografía que realizaron para ilustra el reportaje y que reproducimos en este artículo.
Por las tardes daba un paseo en automóvil, recorriendo los pueblos de los alrededores o escapándose a alguna playa francesa cerca de la frontera. A veces incluso probaba suerte como pescador, aunque reconocía que le gustaba más la caza, sobre todo la de codornices. A su vuelta del paseo cenaba algo ligero y se iba a la cama a las once de la noche, no sin antes haber leído el periódico El Diario Universal.
A pesar de la buena y relajada vida que ofrecía San Sebastián, Romanones prefería los paisajes alcarreños a las tierras del Norte, algo que también recoge el reportaje. Y es que, como él mismo declaraba con orgullo, era un “hombre de la meseta”. Meseta castellana a la que volvía año tras año después de pasar el verano en su villa “Casilda Enea” del barrio donostiarra de Miracruz.