El primer coche a vapor de España fue del duque del Infantado
A finales del siglo XIX apareció en la escena europea un objeto revolucionario: el coche a vapor de Léon Serpollet. Este industrial francés consiguió que unos inversores se interesaran por su proyecto y que se pudiera llevar a cabo la construcción de este vehículo.
Que en 1891 obtuviera un permiso de circulación en París, aunque con la condición de que se condujera por sus calles a menos de 16 kilómetros por hora, fue una noticia que dio la vuelta al mundo.
El futuro estaba aquí. Ya no harían falta caballos; todo lo haría una máquina. Y el coche a vapor se convirtió en un objeto de deseo. Objeto al alcance de muy pocos, ya que, por aquella época, venía costando unas 7.000 pesetas.
El Serpollet fue el primer automóvil que circuló en España, y su dueño no era otro que Joaquín de Arteaga, el futuro XVII duque del Infantado, quien presumía de ser el primer conductor de nuestro país. El todavía marqués de Santillana (no heredó el ducado hasta 1910) poseía un modelo de 1893, y fue el protagonista de las páginas de la crónica social por este motivo. Los periódicos se llenaron de descripciones del coche “que andaba solo” del señor Arteaga.
Coche a vapor Serpollet. Modelo de 1891.
Y no es para menos. Debió ser todo un espectáculo ver circular al marqués por las calles de Madrid cuando se compró el coche, en 1894. Aunque no viajaba solo. Las características de estos vehículos hacían necesaria la presencia en ellos de un mecánico y un cochero, ya que había que poner el coche en marcha e ir alimentándolo de combustible cada poco tiempo. Con 70 kilos de carbón y 90 de agua podía efectuar un recorrido de 30 kilómetros con sus 5 caballos de potencia. (¡Qué distinto a los coches actuales!). Había que planear el viaje con tiempo, ya que, una vez encendido el hornillo, había que esperar veinte minutos para que el vehículo funcionara, poniéndose en movimiento por medio de una bomba de mano. Tenía dos velocidades, una para las cuestas y otra para los trayectos rectos, las cuales permitían circular entre los 6 y los 20 kilómetros por hora. Incluso tenía una capota para los días lluviosos (capota, que, por otro lado, solo cubría a los ocupantes más distinguidos, pues el mecánico y el cochero iban en otro asiento sin resguardo). En el Serpollet podían ir hasta siete pasajeros, contando a las dos personas a las que acabamos de hacer alusión.
Joaquín de Arteaga estaba encantado con su adquisición. “Aquí no hay peligro de que los caballos se desboquen”, decía a sus amigos. Y, efectivamente, los caballos no se desbocaron, pero sí el coche entero. Y es que el marqués sufrió un aparatoso accidente mientras viajaba con sus padres y su hermana de regreso de una de sus fincas a Madrid. Cuando estaban a punto de llegar a Barajas se rompió la dirección del automóvil, dando como resultado la caída del vehículo con todos sus ocupantes por un terraplén de entre cuatro y ocho metros de altura. Esta altura varía dependiendo de qué periódico leamos (cosas de la prensa de entonces...)
Joaquín de Arteaga, XVII duque del Infantado, fotografía de 1909.
Para nuestra mentalidad actual, que un coche tenga un accidente llevando una velocidad de 20 kilómetros por hora como mucho (recordemos que era la velocidad máxima que podían alcanzar estos vehículos a vapor) nos puede resultar incluso algo cómico si nos imaginamos a los accidentados dando vueltas por ese terraplén, pero para entonces fue un accidente de lo más sonado, el cual exponía los peligros de la modernidad.
El Nacional nos cuenta que “el fogonero y el cochero fueron lanzados a tres metros de distancia, produciéndose graves lesiones”. La Época narra cómo el marqués de Santillana, a pesar de sus heridas, auxilió a los demás ocupantes. Su hermana Mercedes yacía desmayada debido a las contusiones sufridas en la cabeza, pero el que se llevó la peor parte fue su padre, el duque. Había quedado su cuerpo atrapado debajo del carruaje, y tardó semanas en recuperarse.
A pesar de ello, Arteaga no cogió miedo a circular en su coche, ya que en 1904 lo encontramos participando en una carrera de automóviles con su querido Serpollet. ¡Si el duque viera los coches de ahora!