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Los chapines de doña Mencía
Tenemos que fijarnos en los pies de Mencía Núñez, esposa de Juan Sánchez de Oznayo.
En la capilla de Luis de Lucena descansa una bella obra que perteneció a la ya desaparecida iglesia de San Esteban. Se trata de la escultura funeraria de Mencía Núñez, esposa de Juan Sánchez de Oznayo, quien fue Camarero Mayor del I duque del Infantado. Tener un cargo tan privilegiado convertía a Sánchez de Oznayo en una persona muy importante y con un gran poder. Poder que puede verse reflejado en su vestimenta, pues su escultura, que también se conserva en la misma capilla, lo muestra con una rica armadura y joyas acordes a su rango. No pasa lo mismo con la de su mujer, pues ella aparece cubierta con un hábito austero y un rosario en sus manos, símbolo de piedad. Ambas esculturas datan de principios del siglo XVI.
Chapines españoles. Victoria& Albert Museum. Londres.
Mencía nos muestra su sencillez (o eso parece). Ella también exhibe el poder que le confiere su estatus, pero tenemos que fijarnos en sus pies. En las representaciones pictóricas y escultóricas de la época lo normal era que los pies estuvieran cubiertos por los vestidos. Excepto si querías mostrar tu supremacía. En esos casos, las damas dejaban al descubierto un signo de distinción, lujo y suntuosidad: los chapines.
Los chapines fueron el calzado de moda en los siglos XV y XVI, aunque se conocían y utilizaban desde tiempo atrás. Estaban al alcance de muy pocos bolsillos, ya que, aunque realizados en corcho o madera, utilizaban también los más costosos materiales para decorarlos, como cuero, ricas telas y bordados. Eran zuecos con plataformas muy elevadas, en algunos casos extremos hasta de 50 centímetros, aunque lo normal oscilaba entre unos 10 y 20 centímetros. Generalmente destalonados y con punta, en algunas ocasiones, como en el caso de Mencía, también tenían la puntera al descubierto.
El zapato se metía dentro del chapín, pudiendo quitarse en cualquier momento. Las mujeres solían llevar una bolsa de tela siempre consigo para guardar los chapines cuando no los utilizaban. Se hicieron muy populares gracias a la estilización que hacía de la figura femenina, y es que ya se sabe que cuando se trata de modas... Su nombre tiene un origen onomatopéyico, y es que, debido a la gran altura de las plataformas, las mujeres se veían obligadas a dar pasos muy cortos, haciendo un ruido parecido al chap-chap al caminar. Este complemento, además de bonito era muy útil para no mancharse el bajo de los vestidos ni los propios zapatos al pasar por un suelo embarrado o mojado.
Chapines venecianos. Victoria& Albert Museum. Londres.
Los había de todos los tejidos, materiales y colores. Bordados, con cordones, con pedrería... tal era el lujo desplegado con ellos que se incluyeron en las denominadas “leyes suntuarias” o “leyes contra el lujo”. Uno de los tratados más conocidos es el que escribió Fray Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel la Católica en 1477. Con el Tratado sobre la demasía en el vestir, calzar y comer, intentaba controlar el comportamiento y el consumo exagerado con este texto moralizante. Y es que todos querían mostrar en su apariencia exterior las riquezas que poseían y su posición social.
Respecto de los chapines, Talavera dice que quien los llevaba incurría en el pecado de soberbia y mentira, pues con ellos se finge lo que no es, mostrándose altas las que son pequeñas, queriendo “enmendar de este modo a Dios, que hizo a las mujeres de menores cuerpos que a los hombres”.
Detalle de los chapines que calza Mencía Núñez.
También se quejaba de la falta de materiales que iba a ocasionar la fabricación de tantos chapines. Y es que debió ser una moda muy seguida, tanto que Fray Hernando exponía que “apenas hay ya corchos que lo puedan bastar”, lo mismo que los paños de los vestidos al tener que fabricarlos tan largos para que pudieran sostener “cuanto el chapín finge de altura”, aunque, eso sí, no había que cubrirlos por completo: “ha de faltar algo y no llegar al suelo para que parezca lo pintado del chapín”. Si el chapín no se veía, no se podía mostrar el lujo de llevarlo.
Tras todo esto, queda claro que Mencía era una mujer poderosa que mostrará para siempre, en su escultura de alabastro, uno de los signos más evidentes de esa privilegiada posición: sus chapines.
Escultura yacente de alabastro de Mencía Núñez. Hacia 1510.