El Corpus Christi de Francisco Sánchez

22/06/2025 - 13:03 José Antonio Alonso/Etnólogo

La relectura de esta novela nos da pie a recordar algunos aspectos reseñables, desde el punto de vista etnográfico, sobre la historia del Corpus capitalino.

Todavía guardo algún recuerdo lejano de mis primeros Corpus en la Sierra, señal de que, en los años 60, aún se ponía algún altar en la plaza de mi pueblo, y se alfombraban las calles de oloroso cantueso que, al paso de la procesión, mezclado con el olor a incienso, producía una embriagadora mezcla de aromas que ascendían desde la tierra al cielo, igual que las plegarias de los fieles.

Por aquel entonces, ya ejercía de monaguillo -mi primer oficio remunerado-, lo cual me permitió, además, vivir en primera fila los ritos religiosos en el barrio de la Estación de Guadalajara, y luego en Marchamalo, durante años.

Ya de mozo, como otros muchos jóvenes, mis ojos asombrados descubrieron el Corpus valverdeño, en su Octava, en esa “fiesta de los sentidos”, como a nuestro querido Javier Borobia, le gustaba definir. Y fue, precisamente a través de Javier, como tuve acceso a esa novela: “El Corpus Christi de Francisco Sánchez”, obra de Salvador García de Pruneda, de cuyo contenido etnográfico vamos a tratar, aunque sea de forma breve.

García de Pruneda en Guadalajara

Para los que no hayan leído el libro, diremos que el autor nació en Madrid, en 1912, pero pasó parte de su infancia y adolescencia en Ceuta y en Guadalajara, debido a los destinos de su padre, militar de oficio. Esas vivencias en nuestra ciudad debieron calar hondo en la memoria del, entonces jovencísimo Salvador, quién posteriormente, ya en plena madurez, en 1971, dio a luz la novela, editada por Luis de Caralt, de la que vamos a tratar y cuya lectura aconsejamos a nuestros lectores.

Francisco Sánchez es el protagonista del relato. La acción transcurre en los días del Corpus capitalino, ya que el protagonista era hermano de la popular cofradía de los Apóstoles de nuestra ciudad. El fallecimiento y entierro de Francisco -muletero de oficio, jugador, pendenciero y dadivoso a la vez-, coincide con esos días del Corpus, de modo que el autor rememora la vida del cofrade,  sus amoríos y sus vicisitudes en el entorno de aquella Guadalajara provinciana. La novela rezuma costumbrismo por los cuatro costados y los ritos.

Procesión del Corpus. Guadalajara. Foto: José Antonio Alonso.

Ya sé que una novela no puede servirnos, en un sentido estricto, para documentar los ritos; pero, después de su atenta lectura, nos atreveríamos a decir que el autor está muy bien informado, en lo que a los aspectos etnográficos se refiere. Su lectura nos ayudará a disfrutar de la obra literaria, pero también nos acercará a ese mundillo costumbrista, en algún sentido rancio, de apariencias,  en el que se mueven las jerarquías políticas, eclesiales y militares, conocidas de primera mano por su autor; pero también esa otra vertiente paralela por el que transitan las gentes sencillas de los barrios populares, con sus querencias, sus amores ocultos, sus ritos ancestrales y su vivir cotidiano.

Algunos aspectos etnográficos

La primera vez que leí la novela me cautivó. Siempre me suele pasar con todo lo que tiene que ver con nuestra tierra y su entorno cultural; si a eso le añadimos el interés de la trama, que le mantiene a uno en vilo hasta el final, se puede comprender que, pasado un tiempo, haya vuelto a leerla. Pero, en esta relectura, voy pasando sus páginas y tomo nota de algunos aspectos etnográficos que, ahora, me llaman la atención y que quiero compartir con los lectores.

En la novela salen a relucir los dichos del “Al higuí” (pág. 67), los dibujos de los esquiladores (73), la música del organillo (89), los toros y su mundo, las campanas y sus campaneros: A la esquila –la de la huerta del Carmen- sucedieron, de pronto, las campanas de las iglesias. En el aire transparente del alba que a la ciudad envolvía, voleaban, jubilosas, las sonoras campanas. En lo alto de las torres, los campaneros las asían por el reborde, colgándose de ellas, con su peso las hacían dar la vuelta en torno a los ejes de los yugos…

Procesión del Corpus. Guadalajara. Foto: José Antonio Alonso.

Sólo por este apartado sobre el sonido de las campanas (pág. 111) ya merece la pena su lectura, pues denota la maestría del literato, pero también su documentación y conocimiento sobre el tema, cosa que se percibe también cuando toca los asuntos de la Cofradía y sus ordenanzas, que, supongo, copia literalmente en algunos momentos: “Del entierro de un cofrade. Cuando el hermano mayor tuviese noticia de la muerte de un cofrade llamará a junta y reunida ésta en el sitio y hora que señalase…” (Pág.  115).

La tarasca, la botarga y los músicos populares

El capítulo XXV está dedicado a la descripción de la procesión del Corpus y, como decíamos, al referirnos a otros aspectos etnográficos, el autor parece más bien un notario levantando acta de lo que ve, con todo detalle, eso sí, con un lenguaje literario muy adecuado. Es un capítulo que conviene leer detenidamente. En la pág. 261, se refiere a la tarasca: Era la tarasca como un dragón, de cartón, pintado de verde, con una cola muy larga…De las fauces sombrías salía una lengua muy larga, partida en dos al final. El rojo de la lengua se destacaba sobre el verde de las escamas.

Pero, a mí me ha encantado especialmente la descripción que hace de la botarga, que dado su realismo, a mí me parece casi un documento, a tener en cuenta: Inmediatamente detrás venía una especie de máscara. Era la botarga, que llamaban el Moro porque tenía la cara tiznada de negro y se tocaba con un gran turbante blanco. Llevaba unos pantalones enormes, a modo de zaraguelles, hechos de parches de tela se diferentes colores, rojo, verde, naranja, azul, negro. Un jubón a rombos verdes y amarillos, le ceñía el cuerpo. De un cinturón de cuero muy ancho pendían cascabeles y de las hombreras, de paño rojo, colgaban campanillas. Rodeaba el cuello una gola blanca almidonada y del turbante salían largas cintas de varios colores que le caían por la espalda, y a cuyos extremos había también cascabeles. Portaba una caña muy larga de la que pendía un cascabel enorme.

Botargas de Guadalajara. Aspecto actual. Foto: José Antonio Alonso.

 Y para rematar la faena añade: Escoltaban a la botarga los pregoneros de la ciudad, con pífano y tamboril. Bailaba la botarga, de vez en vez, una extraña danza al son de los pífanos y el tamboril.