El Día de la Madre
Hace muchos años en el puente de diciembre se celebraba la Inmaculada Concepción y el Día de la Madre. En el colegio fabricábamos una pañolera.
Hace muchos años, mucho antes de tener nuestra Constitución, en el puente de diciembre se celebraba la Inmaculada Concepción y el Día de la Madre. En el colegio llevábamos semanas de conspiración silenciosa fabricando el regalo, una pañolera, especie de caja de lana rosa forrada de tela para que las madres guardasen los pañuelos de los mocos cuidadosamente lavados, planchados y perfumados. No había kleenex entonces, ni toallitas de usar y tirar. No había casi nada. Era aquel un mundo pequeño, íntimo, una especie de burbuja de Sloterdijk, española y caliente a base de braseros, badilas y coplas tristísimas en la radio. No, no había kleenex, ni tampoco supermercados. Estaba El Buen Gusto, en la esquina de Santo Domingo con la calle Mayor: Coloniales. Ultramarinos Finos, rezaba el letrero. ¡Qué bonito! Yo me imaginaba el viaje de los ultramarinos en la olorosa bodega de una carabela desde las remotas Indias, canela, cajas de higos, vainilla, esa rueda de arenques secos y un congrio agujereado como una raqueta de tenis.
Teníamos cerca La Tiendecilla, donde vendían cosas para un apuro, caldo Magi, unos tomates recién cogidos, media barra de pan… Como un chino de hoy, pero más limpio. En Santo Domingo estaba el puesto de pipas de la Sole, el quiosco de Pepito y, en la entrada del callejón de los Guardias, un puesto de castañas que nos calentaban las manos en invierno. Con tanta austeridad, apenas había basura, todo ardía en la lumbre de la cocina o nos lo comíamos o se lo dábamos a niñas que tuvieran aún menos ropa que nosotras. En casa no había armarios empotrados ¿para qué? bastaba con un armario grande y la cómoda donde mi madre pondría la pañolera con sus pañuelos. Teníamos amigas en la misma calle, los bonis, el clavo, la comba, los tebeos y, sobre todo, el cine de los domingos.
Las ofertas se ampliaron según nos hacíamos mayores, los emprendedores iban emprendiendo y comimos tigretones y bollos de la Pantera Rosa en vez de pan con chocolate. Y, en Madrid Galerías Preciados nos sedujo con el Prét a Porter. Y todavía no había kleenex.
Me pregunto ¿cómo en menos de una vida hemos reunido tanto trasto y hemos generado tanta basura? Antes teníamos lo que necesitábamos, y ahora no podemos deshacernos de lo que nos estorba. Sobra casi todo menos La Constitución Española. Celebrémosla.