El dislate monjil
Habrán oído hablar de las dieciséis monjas del Monasterio de Santa Clara de Belorado, localidad burgalesa en pleno camino de Santiago.
No ha habido otro tema esta semana. Bueno, sí, se ha hablado también de las resacas de las elecciones catalanas, que fueron lo más parecido a un espectáculo musical, y del festival de Eurovisión, más politizado que nunca. Ni a Berlanga y Azcona en sus mejores tiempos se les hubiera ocurrido un guion parecido: unas monjas clarisas especialistas en trufas de mojito, un falso obispo excomulgado, una secta franquista con aires palmarianos, una madre abadesa en rebeldía, un arzobispo intentando hacerse valer, un antiguo coctelero bilbaíno reconvertido en portavoz de las hermanas y, cómo no, un lío inmobiliario de tres pares de conventos. Todo ello aderezado con la estética -cofia y guantes blancos- del personal de servicio del obispo falsario, el ambiente de ácaros, gotelé y decoración kitsch de su residencia oficial, las fervorosas monjitas dejando el torno y los dulces para hacer comunicados de setenta páginas y abrir cuenta en Instagram, y unas autoridades eclesiásticas que no saben ni por dónde sopla el viento.
Como sabrán, la madre abadesa, Isabel de la Trinidad, ofuscada ante las trabas encontradas en sus especulaciones inmobiliarias, ávida de independencia económica, se encontró con la resistencia del obispo, acostumbrado como siempre a que las monjas obedezcan sin vacilación ni resistencia alguna. Pero he aquí que las cosas cambian hasta donde menos se lo puede uno esperar, y las monjas se pasaron las instrucciones del nuncio por el forro de sus hábitos, arrojando su voto de obediencia al cubo marrón del compostaje. Si el Vaticano no da apoyo ni protege, nos sometemos a la tutela de la Pia Unio Sancti Pauli Apostoli, una organización no reconocida por la Iglesia que, de la mano del autodenominado obispo Pablo de Rojas, rechaza a todos los papas posteriores a Pío XII. Un sindiós de libro (santo), vamos.
Lo cierto es que, viendo, escuchando y leyendo a los protagonistas de esta esperpéntica historia, llama la atención el elevado grado de frikismo asociado al personal propio o colindante a la Iglesia. Algo falla desde hace mucho en sus procesos de selección. La disminución de la población de referencia donde pescar a sus cuadros y la escasez de personas dispuestas a ser reclutadas ha dado lugar a selecciones negativas. Si a ello añadimos que la cooptación de sus élites conduce al anquilosamiento y que los intereses económicos que se mueven están fuera de todo control estatal, la tormenta perfecta está servida. Berlanga definía su cine como un “dislate”; mi tía Nati hubiera añadido que “entre Dios y el dinero, lo segundo es lo primero”.