El espía ruso
Los espías son enigmáticos, escurridizos, atractivos y efímeros por la naturaleza de su trabajo. Tenemos una larga lista de los reales.
Algunas veces me enfrento a esta página absolutamente en blanco, no se me ocurre nada bueno y actual que comentar. Enciendo el televisor a ver qué pasa en el mundo y da gana de apagarlo, queda patente que el hombre es lobo para el hombre y que somos un peligro para nuestro planeta. Pues vaya.
En el telediario han dado de pasada una noticia del periódico alemán Der Spiegel, que me ha interesado: el día 19 de octubre cayó, desde una ventana de la Embajada de Rusia en Berlín, un hombre, al parecer, un espía. O no. Con los rusos nunca se sabe, siempre guardan un cadáver en la biblioteca o en el sótano. Explican los rusos sobre este “trágico accidente” que no quieren comentar nada por “razones éticas”. Me asombra lo poco que importa un muerto anónimo, y cómo lo despachan los rusos con solo dos comentarios.
Los espías son enigmáticos, escurridizos, atractivos y efímeros por la naturaleza de su trabajo. Tenemos una larga lista de los reales, como Mata Hari, a la que fusilaron, una espía magnífica por lo versátil; Kim Philby, el más sofisticado y elegante espía doble, británico y ruso, del grupo Los Cinco de Cambridge, que informó sobre la Guerra Civil Española, estuvo en la batalla del Ebro y fue condecorado por Franco. El mejor, Juan Pujol, Garbo, un estupendo espía español, que engañó a Hitler y fue decisivo para el desembarco de Normandía. Y muchos más.
Pero es en el cine donde una se deja seducir por su misterio. Entre los varios James Bond, me decanto por Sean Connery, mi 007 preferido, espía de Su Majestad, rodeado de lujo, con el descapotable tuneado para sorprender, demasiadas mujeres quizá. Espiar para el soviet no es lo mismo, los espías rusos en la vida y en el cine son más desapacibles, menos dados a la aventura y al amor fugaz, y más propensos a la pensión que al gran hotel, a la ametralladora que al silenciador.
Para mí, los clásicos inolvidables: El Tercer Hombre, Cortina rasgada, Con la muerte en los talones, Charada. Desde las adaptaciones de las novelas de Greene o de Le Carré, y un largo etcétera de intrigas servidas por Fritz Lang y Hitchcock, hasta las más recientes, La vida de los otros, el Puente de los espías o Misión Imposible. Los espías nos han fascinado, con esa facilidad para los idiomas y la aventura, por su doble vida, su preparación física, su licencia para matar y su pequeño y feroz veneno escondido en una joya o en una muela, antes morir que confesar.
Volviendo a la realidad, alguien tuvo que indagar quién era el hombre muerto en la acera de la embajada rusa, si era un limpiacristales, un suicida o un espía empujado al abismo u obligado a tomar el veneno que no deja huellas, en una habitación secreta. Deben averiguar quién fue. Qué menos para un muerto que ser llamado por su nombre en el Juicio Final.