El exorcista
Existe un exorcista en la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. La última vez que había oído hablar de un exorcista en los medios de comunicación fue cuando lo del obispo de Solsona.
La semana pasada les hablé de un demonio imaginario, como tantos otros, Titibillus, ese diablo al que se achacan las erratas, y esta semana pensaba hablarles de un demonio de piel y hueso llamado Putin, personaje diabólico donde los haya. Pero he aquí que este lunes leí un interesantísimo reportaje firmado por Ana María Ruiz, directora del actual El Decano, sobre la existencia de un exorcista en la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara. En él, al hilo del estreno en España de un documental con avales vaticanos sobre el diablo y los exorcistas que lo combaten, entrevistaba a este misterioso personaje que, con la prudencia que tal puesto exige, ocultaba su identidad.
La última vez que había oído hablar de un exorcista en los medios de comunicación fue cuando lo del obispo de Solsona. Lo recordarán ustedes, aquel que, después de toda una vida dedicada a luchar contra Satán, acabó liado con una escritora de novelas eróticas y abandonó el báculo y la mitra, pasando del púrpura al rojo más intenso. Dos días después, para mi sorpresa, vuelvo a leer en estas mismas páginas que nuestro exorcista local, coincidiendo con el estreno del documental, protagonizará en la capital un coloquio respondiendo preguntas del público. Y de remate veo ayer mismo que está anunciado, con nombre y apellidos, para dar otra charla en El Casar. Desconozco si hay alguna plaga demoniaca en nuestra provincia o si se trata del ataque de algún diablo inoculador de vanidades, pero no deja de sorprenderme tan rápida evolución, del anonimato al estrellato, en apenas cuatro días.
Psicólogos y psiquiatras, es decir, científicos, llevan décadas analizando casos de personas que dicen estar poseídas por Satanás y diagnosticando lo que, la mayor parte de las veces, no es más que un trastorno disociativo de la histeria, una demoniomanía que se refuerza precisamente gracias a su presencia en el cine, la literatura, el cómic y las supersticiones populares. Juan Pablo II, en un momento de relajación, después de que la Iglesia llevara siglos amenazando con el infierno, pontificó que este no era un lugar físico sino que se trataba tan sólo de un alejamiento de Dios. Ni el infierno ni el cielo ni el purgatorio ni los diferentes limbos existían, para decepción de algunos y sorpresa de muchos. Benedicto XVI, con su querencia medieval, ante tanta relajación, volvió al camino recto y reafirmo la existencia del maligno. De Francisco, vaya usted a saber, preocupado como está por salvar los cuernos de Maduro y otros, esos sí, demonios. Mucho ánimo en su particular cruzada, D. Luis Ángel. Acabará usted en El Hormiguero o La Revuelta a poco que se lo proponga. Cuídese de Belcebú, eso sí.