El mundo de hoy

23/01/2021 - 10:43 Marta Velasco

Juguete de los niños y diversión de los jóvenes que bajan la cuesta esquiando. Un fabuloso regalo de Reyes, que en dos días empieza a ser molesto.

El mundo en su conjunto es una creación divina de maravillosa perfección, tal y como lo cantaba Louis Armstrong, un invento total, al que no le falta nada. Me refiero, claro, a este precioso planeta que habitamos, donde hay de todo en su justa medida, hay sol y luna para los días y las noches, mares majestuosos y ríos de agua clara corriendo por los bosques. Hay fuego, hay viento, hay lluvia… y hay nieve, que es el tema que hoy quiero tratar. Un día y medio cayendo desde lo más profundo del cielo y todo lo que vemos se ha vestido milagrosamente de blanco.

La nieve no es como la lluvia.  Cuando va a llover ves cómo avanza el aguacero dentro de una nube negra, recoges la ropa tendida mientras se levanta un viento racheado, cierras las ventanas, y entonces cae y lava y arrastra, hace ruido, truena, lanza granizo a los cristales y rabiosos relámpagos rompen el cielo.  La nieve, en cambio, es sigilosa, pulcra, requiere silencio y admiración, no cae a tontas y a locas, suele hacerlo con nocturnidad y alevosía y precisa de una elaboración exquisita.  Esos copos delicados y efímeros, como azúcar glaseado o puro encaje de Bruselas, uno junto a otro, iguales, pero distintos, se mecen en el aire, bailan con el viento. Parecen fabricados por tejedores angelicales que distraen su ocio allá arriba haciendo puntillas de helado, eternamente, sin parar, para enseñarnos que el mundo puede ser azul y verde, lleno de pájaros y moscas, caliente, soleado y ruidoso. O blanco, blando, silencioso, frío, aséptico y bellísimo. La nieve no deja resquicio, cubre concienzudamente los tejados, disfraza las ramas de los árboles con cencella almidonada, escarcha las flores, pinta el alfeizar de las ventanas, hace un espejo en cada estanque y llena las fuentes de chorlitos de cristal… Abres la ventana por la mañana y la alegría inunda tu alma, despiertas a los niños, los abrigas apresuradamente y bajáis a la calle a verla, a tocarla, a jugar, porque Dios ha tenido un capricho y tu ciudad es hoy un gran merengue. No hay coches, toda la calle es nuestra, pero, ¡cuidado!, de vez en cuando cae una rama de árbol abrumado por el peso de tanta nieve. Juguete de los niños y diversión de los jóvenes que bajan la cuesta esquiando, lindamente ataviados, como si estuvieran en Saint Moritz.  Un fabuloso regalo de reyes, que en dos días empieza a ser molesto. 

En este mundo perfecto hay alegría y hay dolor, hay vida y muerte y por eso es tan importante haber nacido, disfrutar de la naturaleza y sus grandiosas manifestaciones, agradecer el premio de vivir la vida, nuestro segundo en la eternidad, y dar fe ante notario de la suerte que tenemos por estar en nuestro hermosísimo país, en este exacto momento de la Historia, coincidiendo con Sánchez, con Iglesias, con Illa, con Simón, con el Covid 19 a tope guay y con la Gran Nevada.