El Poder del Perro: Un necesario soplo de aire turbio y enrarecido

10/02/2022 - 13:42 J. PASTRANA

Una película cautivadora, repleta de simbología e insinuaciones que trata con respeto al espectador y es valiente en estos agobiantes tiempos de extrema corrección política

Jane Campion vuelve a llamar a la puerta de los Oscar casi 20 años después de El Piano. Cuánto han cambiado el cine y el mundo desde entonces… y cuántos lazos unen ambas películas. Porque El Poder del Perro no inventa nada nuevo. Si acaso, nos devuelve al cine adulto que en los años 90 nos dejó obras como la citada El Piano o Juego de Lágrimas. Cine turbulento en lo emocional y humildemente provocador.

En El Poder del Perro, Campion no trata de lucirse con los movimientos de cámara, pero sí con la fotografía, las interpretaciones y la naturaleza, árida e implacable bajo su imagen de aparente quietud, como los personajes de esta visceral historial. Visceral, sí, porque aunque no haya grandes gritos, lo que sí encontraremos a raudales son emociones contenidas hasta el dolor y la autodestrucción.

Montana, años 20 del pasado siglo. Phil y George son dos hermanos propietarios de un rancho de ganado que no podrían ser más diferentes. Phil es duro y rudo. George, amable y educado. Cuando George se casa con una viuda del pueblo, Phil no tarda en despreciarla tanto a ella como a su hijo, al que aparentemente desprecia por su sensibilidad. .

Brillante y fundamental para alcanzar el objetivo de la película es la interpretación de Benedict Cumberbatch, que consigue hacer creíble la complejidad de un personaje en guerra consigo mismo. Y no es que Jesse Plemons esté por debajo del altísimo nivel al que nos tiene acostumbrados o que Kirsten Dust no de la talla. Es simplemente que lo de Cumberbatch son palabras mayores, incluso comparándolo con el inquietante, y con razón, trabajo de Kodi Smit-McPhee.

Campion compone una pieza minimalista nacida fuera de época que, por la razón que sea, ha logrado llamar la atención de los académicos de los Oscar. Una obra pequeña en cuanto a su reparto, pero no en sus ambiciones e imágenes, poderosas como cada vez que la directora refleja en la naturaleza los sentimientos de sus personajes. Una película cautivadora, un necesario soplo de aire turbio repleto de simbología e insinuaciones que trata con respeto al espectador y, ésta sí, valiente en estos agobiantes tiempos de extrema corrección política. Una gran oportunidad para dejarse deslumbrar por ella y, después, descubrir o revisitar El Piano, que es todavía mejor.