El régimen del 78

14/02/2020 - 18:59 Javier Sanz Serrulla

Un recién nombrado vicepresidente del Gobierno actual viene recreándose al poner de baratillo la proeza de la Transición Española con el calificativo de ‘régimen del 78.

Al fin trincaron a un huido asesino participante en la matanza que se perpetró durante la noche del 24 de enero de 1977 en el despacho de Atocha, 55. Cumplía bodas de plata como prófugo de la justicia española y estas teclas no escribirán la indecente filiación del pistolero. Tres abogados, un estudiante y un ordenanza eran acribillados por el plomo de la extrema derecha, como recuerdan los “Siete días de enero” de Bardem, y el entierro de aquellos trabajadores fue la mayor manifestación popular de democrático duelo hasta la fecha, más de cien mil personas acompañaron los ataúdes en negro silencio. En febrero inmediato, el presidente de Gobierno, Adolfo Suárez, legalizaba a los partidos políticos PSOE, PNV y PDC, y el Sábado Santo Rojo venidero se sumaría el PCE a la normalidad. El presidente del Gobierno también había prometido, cuando la promesa en la política española era ley y su incumplimiento acarreaba el ostracismo, la convocatoria de elecciones libres para junio de ese mismo año. ETA y GRAPO no obstante, como sanguinarias bandas que eran, acochinaban a la sociedad española a través, principalmente, de la masacre de los encargados de la seguridad ciudadana, humildes trabajadores cuyas familias vivían en el desarraigo que deriva de la peregrinación continua en la búsqueda de un destino de paz.

Durante aquellos años se ejecutó admirablemente, con pulso de relojero, la ambición de la sociedad española de vivir en democracia, como gran parte de Europa lo venía haciendo a pleno pulmón. No obstante, la banda más sanguinaria acababa con la vida de 18, 12, 64, 84 y 93 compatriotas entre los años de 1976 a 1980, y el 23 de febrero siguiente una punta de infames se colaba en el Congreso de los Diputados para intentar pegar cerrojazo a la voluntad popular. Vivimos aquellos años de la transición –yo ingresé en 1974 en la universidad-, cuando los estertores del dinosaurio aún intentaban borrar el boceto del arco iris del horizonte. Acudir a la universidad no era una broma, los “sociales” controlaban cada clase de cada curso y en la calle había que mirar hacia atrás. La metáfora del color en la televisión en este país era una profecía, no acababa de entrar y hasta 1977 no estuvo a tiempo completo en la TVE1 y tardó un año más en la 2, si bien todavía se seguían emitiendo anuncios en blanco y negro hasta el 78.

Fue, pues, la Transición política española una proeza y los representantes políticos de la sociedad, por lo general, virtuosos personajes que en tiempo récord, sin dejar de oír el traqueteo de la ametralladora asesina, sintonizaron el color de un país que vivía en marengo, aunque algunos de ellos no llegaron a ver el estreno porque se ahogaron en su propio vómito de sangre abierto gratuitamente por cobarde mano asesina. La normalización política no quedó ahí sino que cuando tocó, partidos y sindicatos acudieron a La Moncloa a firmar en bloque los pactos que ajustaron también economía y justicia.

Un recién nombrado vicepresidente del Gobierno actual viene recreándose al poner de baratillo la proeza de la Transición Española con el calificativo de “régimen del 78”, que aunque el Diccionario de la Lengua Española no peyorizativiza el vocablo sí lo hace él ante su devota feligresía. No me lo imagino con su displicente pose en la universidad de aquellos días en la que ahora ha hecho más carrera política que docente, que era para la que se le había contratado. No sé si estudió con becas, como lo hicimos tantos, aunque una vez conocido el patrimonio inmobiliario de los padres y siendo hijo único dudo que le fuera asignada beca alguna como a quienes, digno expediente de por medio, éramos miembros de familia numerosa de padre asalariado. Los discursos en la clandestinidad universitaria de los años 74 a 77 que allí se oían eran otra cosa de los que se oyen a este vicepresidente en sede parlamentaria, carecían de sobreactuación alguna y reclamaban las libertades básicas de las que no había ni catálogo. Le acompaña, entre otros y otras (sic.), un ministro de Consumo que es firmante del acta de aniquilamiento de aquél PCE histórico cuyos primeros diputados fueron, entre otros 22, Nicolás Sartorius, Jordi Solé Tura o Ramón Tamames, por ejemplo.