El remoto origen de las fiestas de Guadalajara
Que Guadalajara es una ciudad con una gran historia detrás es algo de lo que no debe dudar nadie. Muchas de nuestras tradiciones tienen orígenes tan remotos que a veces nos cuesta incluso encontrarlos, pues se pierden entre leyendas y rumores.
Una de ellas es, sin duda alguna, la de nuestras Ferias y Fiestas, que llevan entre nosotros toda la vida, hasta el punto de que ya ni sabemos quién fue el primer arriacense que convenció a sus vecinos para ponerse a festejar por todo lo alto, paralizando una ciudad entera durante más de una semana. De esto mismo va el artículo de hoy, de encontrar el origen de un evento de tanta envergadura para la ciudad ¿de dónde vienen nuestras fiestas? Habrá que ponerse el gorro de detective para averiguarlo.
Lo primero que debemos tener en cuenta es que Guadalajara ha perdido gran parte de su documentación de archivo anterior al siglo XV. Si intentamos investigar la historia arriacense antes del 1400 nos encontraremos con un silencio descorazonador, porque una gran parte de los documentos que nos podrían contar cosas de la ciudad ha desaparecido, debido a guerras, robos, descuidos o destrucción intencionada. Esto nos complica la tarea a la hora de encontrar el origen de muchas cosas, por lo que debemos ser siempre cautos en cualquier afirmación que hagamos antes de esa fecha.
Alfonso X, el rey que dio origen a nuestras fiestas.
Pero no desesperemos, porque tenemos algunas pistas que nos pueden ayudar. Lo primero que debemos hacer es aclarar los conceptos, pues al menos originalmente una cosa eran las Ferias y otra las Fiestas de la ciudad. Me explico: las Ferias comienzan a andar cuando Alfonso X el Sabio, en 1260, concede a la entonces villa de Guadalajara (luego nos darían el título de ciudad, del que no todo el mundo puede presumir), el privilegio de organizar dos ferias anuales. Estas ferias, sin componente religioso, suponían que, durante unos días, las rigideces comerciales en la ciudad se relajaban, y podía venir gente de otros lugares a vender sus productos, algunos sin duda exóticos, como el pescado en salazón del Cantábrico, espadas toledanas, o lujosas telas de Segovia para aquellos más pudientes. En esas dos ocasiones al año, la ciudad se convertía en un gran centro comercial, y los vendedores de todo tipo colocaban sus tenderetes en la actual plaza de Santo Domingo, a los pies de la desaparecida puerta del Mercado, que daba acceso (más o menos) a la calle Mayor. Junto con los vendedores ambulantes y los productores locales, llegaba a Guadalajara gente variopinta, como juglares, domadores de animales exóticos o charlatanes tratando de colocar a los más crédulos sus productos milagrosos. En una ocasión, en el siglo XVI, con ocasión de las ferias, llegaron unos gitanos con un espectáculo de circo, y el duque del Infantado se enamoró tanto de una gitana, que tuvieron un hijo que llegó a ser arcediano de Guadalajara, pero esa es otra historia. Podemos hablar de la plaza de Santo Domingo, o plaza del Mercado, que así se llamaba entonces, como nuestro primer recinto ferial. Sin noria ni barco pirata, pero con el mismo bullicio de ahora. Eso sí, dos veces al año en vez de una, porque la gente de la Edad Media no era tan aburrida como a veces pensamos.
Además de las Ferias, Guadalajara contaba con sus Fiestas. Éstas sí tenían un origen religioso, aunque no estaban vinculadas originalmente a la virgen de la Antigua, sino al Corpus Christi. Desconocemos su verdadera antigüedad, pero sí que podemos afirmar que en el siglo XV eran ya una tradición consolidada. El acto principal era una procesión, que partía desde la puerta de la concatedral de Santa María, y en la que los protagonistas principales eran doce personas que portaban máscaras que se identificaban con los apóstoles, y que se rodeaban de niños (¿les suena de algo a los que han hecho la comunión en la ciudad?). Junto a ellos, se transportaba la Sagrada Forma en una custodia, y se representaban escenas religiosas sobre carros, escoltados por grandes figuras que se podían identificar con personajes bíblicos o históricos, en lo que sería el antecedente remoto de la tradición de los gigantes y cabezudos de la capital alcarreña.
Privilegio de Alfonso X que otorga a la ciudad dos ferias al año.
¿Y qué hay de los encierros? Podemos encontrar los primeros testimonios escritos de su existencia también en el siglo XV, aunque de igual forma debemos suponerles un origen más antiguo. Este tipo de eventos no estaban relacionados necesariamente ni con las Ferias ni con las Fiestas, sino que obedecían a la necesidad de celebrar situaciones concretas en las que participaba toda la ciudad. Por ejemplo, cuando los Reyes Católicos conquistaron la ciudad de Ronda en 1485, con ayuda de las milicias guadalajareñas, la alegría entre los vecinos fue tan grande que decidieron sacar unos toros en la plaza de la concatedral para que los mozos se divirtieran (los ricos, a caballo, y los pobres a pie, claro está). Otras veces esa misma plaza era escenario de eventos multitudinarios de diverso tipo, como cuando había que pedir milagros a la Virgen, sobre todo cuando llegaba la peste (algo habitual en la época). En esos casos, se sacaba a la plaza la talla de la Virgen y la rodeaban de un murete de cera, simbolizando la protección que ejercía sobre la ciudad. En este caso también se repartían abundantes limosnas entre los clérigos, para que rezaran noche y día pidiendo la ayuda divina.
Así era el modelo de Ferias y Fiestas “antiguo”. Como podemos comprobar, en la Edad Media la ciudad no tenía un recinto ferial, sino dos: Santa María para los asuntos religiosos, con el Corpus como celebración central (las “Fiestas”), y la plaza de Santo Domingo como lugar laico para disfrutar de puestos de vendedores ambulantes, dejarse timar por algún tahúr, contemplar espectáculos de artistas callejeros y, seguramente, meterse en el cuerpo algún manjar medieval antecesor de las salchipapas. Todo indica que, en la Edad Media, no habría peñistas con pañuelo morado, ni verbenas en San Roque, pero no me cabe duda de que el espíritu sería entonces el mismo de ahora.