¿Por qué en Guadalajara nos llamamos caracenses?


Estoy convencido de que el lector habrá escuchado alguna vez el gentilicio 'caracense' para referirse a la capital de Guadalajara.

Estoy convencido de que el lector habrá escuchado alguna vez el gentilicio “caracense” para referirse a la capital de Guadalajara. Ya no se emplea mucho, es cierto, pero ahí sigue, junto al gentilicio de “arriacense”, como sinónimo del de “guadalajareño”. De hecho, seguimos teniendo un instituto llamado Liceo Caracense, y tuvimos en su momento un Ateneo Caracense también. Un nombre curioso, sin duda, pero ¿de dónde viene?

Para entenderlo tenemos que remontarnos al siglo XVI, cuando los primeros historiadores locales intentaban componer el origen remoto de la ciudad. En la actualidad tenemos claro que Guadalajara fue fundada por los musulmanes, hacia finales del siglo IX, pero en aquel momento eso de tener un origen sarraceno no estaba muy bien visto. Hay que entender la época: se acababa de culminar la toma de Granada, y la Corona hispana estaba a la gresca con los turcos y los piratas berberiscos del norte de África. Lo de haber sido creados precisamente por aquellos contra los que ahora se que luchaba no era, precisamente, un motivo de orgullo.

Ruinas de Caracas en Driebes.

Así que tocaba tener un enfoque un tanto más creativo, buscando cualquier referencia histórica, por muy sesgada que fuera, a nuestro favor. Algunos historiadores aseguraron haber encontrado una inscripción en los cimientos del puente del Henares que decía que había sido construido por Julio César. Otros decían que realmente Complutum no era Alcalá de Henares, sino Guadalajara, y otros se agarraban a la existencia de una enigmática Arriaca en las cercanías, que bien podría haber sido el germen de la actual Guadalajara. Cualquier excusa valía para encontrar un origen romano, o incluso prerromano, a nuestra antiquísima ciudad.

Dentro de esas teorías hubo una que cuajó mucho, especialmente en el siglo XIX y principios del XX, que asociaba Guadalajara con la antigua Caraca, capital de los carpetanos, un pueblo prerromano que vio pasar por sus tierras a personajes tan importantes como el cartaginés Aníbal, o el romano Sertorio. Gracias a Plutarco sabíamos que Caraca estaba cerca del río Tagonio, que se identificó con el Henares. Un brindis al sol, ciertamente, pero lo que hizo que los historiadores alcarreños se identificaran con la antigua Caraca fue un episodio que el propio Plutarco nos narra, y que tiene al romano Sertorio como protagonista. Veamos:

Dice el historiador romano que Sertorio llegó por estas latitudes con sus legiones dispuesto a someter a todas las tribus nativas de la zona y ponerlas bajo el control de Roma. Pasado el Tagonio, encontró Caraca. Una ciudad de los carpetanos cuya particularidad era que habitaban en cuevas en una escarpada ladera. Cada vez que Sertorio les atacaba, los miserables caracenses corrían a refugiarse en sus cuevas, y allí se defendían contra los invasores. Así era imposible conquistar nada, por lo que Sertorio, inteligente como pocos, ideó una estratagema. Como era buen observador, reparó en que aquel suelo era muy fino, y que pisarlo era como pisar ceniza. Así que ordenó a sus legiones que se colocaran frente a las cuevas de los caracenses, y comenzaran a amontonar toda la tierra que pudieran, formando un gigantesco terraplén a la vista de los enemigos. Éstos, al ver la obra romana, pensaron que los romanos estaban construyendo algún tipo de fortificación, porque tenían miedo de ser atacados, y comenzaron a burlarse de Sertorio. El romano ni se inmutaba, puesto que confiaba en su plan. Solo faltaba un elemento, que llegó a la mañana siguiente: el viento. En efecto, una brisa comenzó a soplar en dirección a las cuevas de los carpetanos, y en ese momento dio la señal. Ordenó a todos sus hombres que se subieran al terraplén. Ellos y sus monturas, y comenzaran a dar patadas con fuerza a la tierra amontonada. Visualicemos a miles de personas a la vez dando puntapiés al suelo, e imaginemos la nube de polvo que se levantaría en ese momento. El viento hizo el resto, arrastrándola lentamente hacia las cuevas de los carpetanos, que pronto se dieron cuenta del ardid. Las cuevas se llenaron de polvo y se hicieron irrespirables, obligando a sus moradores a salir a la superficie cegados por la nube, tosiendo y desorientados, pidiendo clemencia a unos romanos que les estaban esperando sonrientes y espada en mano al otro lado.

Terreras del Henares donde se creía que vivían los caracenses.

Nos cuenta así Plutarco cómo Caraca fue rendida por Sertorio, pero, ¿qué tiene que ver esto con Guadalajara? No tenemos más que darnos un paseo por el Henares para, con un poco de imaginación, encontrar las teóricas cuevas de los supuestos carpetanos justo en las terreras del río. Esos acantilados de la margen izquierda, que se elevan sobre el agua formando unas llamativas paredes de tierra. Si el Tagonio era el Henares, los caracenses tendrían que haber vivido allí. Todo cuadraba para unos historiadores que tenían más ganas que criterio a la hora de encontrar el pasado mítico de la ciudad. Guadalajara era Caraca, y nosotros caracenses. Los emires de Córdoba, por tanto, solo habrían estado de paso, lo que justificaba el origen cristiano de la ciudad. Era otra forma de entender la Historia, y eran otros tiempos, así que habrá que disculparles.

Afortunadamente, la arqueología avanza, y ya desde los años 80 se comenzó a sospechar que esa Caraca no sería Guadalajara, sino Driebes, y que el Tagonio que menciona Plutarco, no era el Henares, sino el Tajo, cuya similitud fonética es más que evidente. Las hipótesis de Abascal Palazón, confirmadas por las prospecciones de Sánchez-Lafuente Pérez, permitieron que desde 2017 se pudiera comenzar a excavar el lugar, confirmando que aquella mítica Caraca se encontraba allí, y no en Guadalajara. Nada grave, pues Caraca sigue quedando en la Alcarria, y a la capital le queda el consuelo de haber sido una de las ciudades preferidas de los califas cordobeses, que tampoco está nada mal.