Mencía de Mendoza, la gran humanista alcarreña


Un nombre, el de Mencía, que merece un hueco entre las personalidades más importantes de nuestra tierra, y que me gustaría que sirviera de inspiración en el futuro a esta niña de cuatro años, mi pequeña Mencía, que juega a mi lado mientras escribo.

Este mes hace ya cuatro años que nació mi hija pequeña. Un tercer motivo de felicidad en la familia, que vino con su consiguiente acto de responsabilidad ¿qué nombre le ponemos a la niña? Con los dos hermanos mayores la decisión fue fácil: Rodrigo y Álvar. El eterno héroe castellano y el conquistador de Guadalajara. Pero, con una niña, el asunto era más difícil porque, como ya sabemos, la Historia no ha sido justa con las mujeres.

Las cosas son así, desgraciadamente. Uno empieza a buscar entre las grandes personalidades de nuestra tierra, y casi todo son varones. Hace falta excavar, como quien busca petróleo, para encontrar referentes femeninos. Pero los hay, esperando que los reivindiquemos, y de entre ellos hay uno que a mí personalmente me encanta, y que exige un justo reconocimiento: Mencía de Mendoza. La humanista alcarreña. Nieta, nada menos, que del Cardenal Mendoza.

Si, ha leído usted bien. Nieta del Cardenal quien, como buen Mendoza, y a pesar de los hábitos, no tuvo reparos en dar rienda suelta a sus amores, de los que resultaron varios hijos, que el Cardenal llamaba “pecadillos de juventud”. Tanto era el poder del prelado, que al mayor, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, le consiguió el título de conde del Cid y marqués de Cenete. Rodrigo sería dueño del majestuoso castillo de Jadraque, que es donde nació nuestra Mencía en 1508.

Castillo de Jadraque donde nació Mencía. 

La vida de esta dama no fue fácil, a pesar de la espectacular herencia familiar recibida. No todo es dinero en la vida, y a Mencía le faltó lo más importante, como veremos. A los catorce años falleció su padre, un hombre muy sabio que le había iniciado en el mundo del arte y la cultura. Al quedarse huérfana heredó el marquesado de Cenete, y a los dieciséis fue obligada a casarse. Todas las grandes familias de la época se ofrecieron a Mencía a causa de su gigantesca fortuna, incluso la famosa casa de Alba, pero el emperador Carlos V no lo permitió, porque les habría dado demasiado poder. En su lugar, le recomendó casarse con Enrique III de Nassau-Breda, un brillante militar al servicio de la Corona, muy cercano al monarca.

Pero Mencía no iba a ser una esposa tradicional como muchos pensaban. Tenía una sólida preparación intelectual, tocaba con soltura varios instrumentos, dominaba el griego, el latín y el neerlandés, y su gran vocación eran el arte y el conocimiento. Tras la boda, Mencía se dedicó completamente a uno de sus grandes proyectos vitales: la reforma del castillo de Breda, propiedad de su esposo. La alcarreña transformó un tosco castillo medieval en uno de los edificios renacentistas más bellos de la época. En 1530 Mencía se mudó a Breda y convirtió el renovado palacio en un foco de atracción de intelectuales y artistas de toda Europa. Ella les protegía y les promocionaba, y a la vez aprendía de ellos. Gracias a esto fue una de las mujeres más sabias de su época. Por Breda pasaron humanistas como Luis Vives, con quien tuvo una estrecha relación intelectual, así como los más brillantes pintores flamencos, y en sus estancias decoraban las paredes cuadros del Bosco.

Luis Vives fue sin duda una influencia importantísima para Mencía, pues además de sus enseñanzas la introdujo en los principales círculos humanistas del momento. Pero, como decíamos, a Mencía le faltó la suerte en lo importante. Su marido murió en 1538, y el castillo pasó a manos de un hijo de su anterior matrimonio, así que la alcarreña tuvo que abandonar Breda. Tras varios embarazos malogrados y un niño, Rodrigo, que falleció a las pocas horas de nacer, a Mencía no le quedaba nada en Holanda.

Mencia de Mendoza por Simon Bening.

A su regreso a España, con 30 años, volvió a convertirse en una soltera codiciada por los avariciosos nobles. Se casó, de nuevo por mediación de Carlos V, con Fernando de Aragón, virrey de Valencia, pasando a vivir en la ciudad del Turia, que en aquel momento era un pujante centro cultural e intelectual que encajaba perfectamente con las inquietudes de Mencía. Del matrimonio no podemos decir gran cosa, pues fue fruto del dinero y no del amor, así que Fernando y Mencía continuaron con sus actividades cotidianas sin hablar casi entre ellos. Nuestra alcarreña pudo así seguir dedicándose a lo que más le gustaba. Desde Valencia continuó aumentando su colección de cuadros, mandando emisarios al mercado de Amberes, a la vez que hacía de mecenas para intelectuales y humanistas valencianos, que le dedicaban sus obras en agradecimiento.

A los pocos años del segundo enlace, Mencía volvió a quedarse viuda. Ya nos podemos suponer cómo serían las cosas para ella: una mujer sola, dedicada a tareas vistas como masculinas, como eran el arte, la cultura y el conocimiento, no era bien vista por los círculos aristócratas de la época. Pero ella siguió a lo suyo. Era una mujer de enorme riqueza, y no necesitaba ayuda de nadie. Fruto de esto y de su madurez intelectual, decidió dedicar grandes sumas de dinero a ayudar a artistas jóvenes que estaban empezando, pagándoles los gastos para que se fueran a vivir al extranjero a aprender de los mejores, y siguió teniendo estrecho contacto con importantes humanistas, con los que debatía de igual a igual, para escándalo de muchos. Su biblioteca no paró de crecer, llegando a más de 900 ejemplares, lo que era una cifra espectacular para la época. En esta biblioteca podemos encontrar a los grandes intelectuales y filósofos, así obras de teología, medicina, astronomía, historia, derecho o matemáticas, lo que nos da idea del nivel de conocimiento que Mencía llegó a atesorar. Incluso llegó a proyectar un colegio trilingüe en Valencia, similar a la Universidad de Alcalá, aunque el proyecto no salió adelante. 

Pero las desgracias personales le acabaron pasando factura, y cayó gravemente enferma, muriendo a los 45 años en Valencia, y dejando sus proyectos vitales sin acabar. Una pérdida irreparable para el mundo intelectual europeo, que se quedó sin su gran mecenas y protectora. Un ejemplo, sin duda, de persona adelantada a su tiempo, que hizo de la cultura el foco de su vida, abriendo el camino de muchos otros, sin importarle la opinión de aquellos que tenían miedo de abandonar las anticuadas convenciones sociales de su época. 

Un nombre, el de Mencía, que merece un hueco entre las personalidades más importantes de nuestra tierra, y que me gustaría que sirviera de inspiración en el futuro a esta niña de cuatro años, mi pequeña Mencía, que juega a mi lado mientras escribo.