El suicidio
Buena parte de esas muertes, la mayoría, son evitables. Personas con depresión sin tratar que, como dice Jaime Sánchez-Rubio, sufren una distorsión en la percepción de la realidad y llegan a la conclusión de que no merece la pena seguir viviendo.
El suicidio es un tabú: nadie se atreve a hablar claramente de él, nadie quiere mentarlo a pesar de que todos sabemos que está ahí. Nos aterra tanto que intentamos ignorarlo. Pero deberíamos hablar. En 2020 fueron más de diez muertes al día en España: 3.941 suicidios en total. Eso, según las cifras oficiales del INE; a las que habría que añadir otros muchos casos camuflados como accidentes o muertes naturales. El triple de fallecidos que en accidentes de tráfico. Frente a las 46 mujeres asesinadas por violencia de género, sin ánimo de comparar su gravedad, más de mil mujeres se suicidaron el año pasado. Y ni un minuto de telediario. Ni para ellas ni para los casi 3.000 hombres que se quitaron la vida, para los centenares de jóvenes y ancianos ni para las decenas de menores de edad. No hay planes de prevención ni campañas mediáticas, se sigue ocultando el problema para evitar un supuesto efecto llamada a pesar de que la OMS lleva años insistiendo en que no hay tal. Debemos hablar de ello, se debe introducir el tema en el debate público porque hace ya tiempo que el problema se nos escapó de las manos.
Buena parte de esas muertes, la mayoría, son evitables. Personas con depresión sin tratar que, como dice Jaime Sánchez-Rubio, sufren una distorsión en la percepción de la realidad y llegan a la conclusión de que no merece la pena seguir viviendo. Personas que le tienen más miedo a la vida, a su propia vida, que a la muerte. El mecanismo es sencillo: al instinto de supervivencia que todos tenemos se superpone otro instinto, el de evitar el sufrimiento. Recuerden a quienes se arrojaron desde las Torres Gemelas durante el ataque del 11-S: nadie quiere tirarse por una ventana, pero el miedo a morir calcinado puede llevarte a saltar por ella. Hoy, gracias a la Psicología, sabemos por qué algunas personas llegan a esa situación. No se evitan los suicidios dando consejos paternalistas del tipo “no estés mal” o “no vayas a hacer una tontería”, sentencias que hunden más al deprimido, sino escuchando y tratando las razones que han forjado ese miedo a la vida.
Hay que superar el tabú, el estigma asociado al suicidio. La Iglesia negó hasta hace no mucho las exequias, el entierro en camposanto y el responso. Hay frenos para el suicidio, como el del sufrimiento que se causa entre los allegados. Quienes han sobrevivido a un intento y consiguen recuperarse experimentan un aprendizaje que el resto no comprendemos, se convierten en mejores personas. Es importante no romantizar el suicidio, no es algo heroico, sin duda, pero tampoco un pecado. Como un accidente o un cáncer, a cualquiera puede pasarnos. Pongamos los medios para evitarlo.