El verano es suyo
De verdad que no cabemos más tontos ni tontas, ni en la playa ni en el campo ni en la ciudad. Si mañana Sánchez prohíbe beber aguarrás, se nos colapsan las urgencias.
Será porque el agua del Mediterráneo está ya a treinta grados por lo que hay quien ha comenzado a decir disparates sobre el hecho natural de ir a la playa, esa que, como decía Serrat, guarda amor, juegos y penas. Al Ministerio de Igualdad no se le ha ocurrido otra brillante idea -en su línea- que la de generar un problema donde no lo hay. Violencia estética han denominado a la cosa. Al parecer, las playas a las que sus dirigentes van están llenas de modelos, de cuerpos pulidos a golpe de gimnasio, de insultante juventud que va provocando y, claro, a las pocas mujeres que tienen “cuerpos no normativos” (así lo llaman), es decir que tienen celulitis, pechos caídos, estrías o michelines, a esa minoría acosada, se les hace psicológicamente imposible acudir a bañarse porque las modelos y los hombres, unidos en la causa, ejercen contra ellas violencia estética. No se puede ser más retorcidas ni vivir en una realidad tan paralela que nada tiene que ver con la que pisamos todos: pocos lugares son tan igualitarios como una playa en la que todos y todas, con mayor o menor complejo, lucimos nuestra blancura, nuestros michelines, nuestras cicatrices y nuestro sometimiento a la ley de la gravedad.
Y qué mejor idea que combatir la violencia estética de los poseedores de cuerpos normativos que una campaña (“El verano también es nuestro”) regada con decenas de miles de euros. Un cartel en el que aparezca el orgullo no normativo, cuerpos gordos, con pelos en el sobaco y así, pero sólo mujeres, porque al parecer los hombres no sufrimos violencia estética por nuestras alopecias, lorzas y barrigas cerveceras. La campaña, promovida por las defensoras del sólo sí es sí, ha resultado una pifia: se robaron las fotos sin pedir permiso y se retocaron hasta el extremo de poner una pierna a quien no la tenía, de añadir y quitar pechos o de poner pelo donde no lo había, entre otras lindezas. Eso sí que es violencia estética.
Pero ahí no acaba la cosa. El gobierno, siguiendo instrucciones de la UE, decide aplicar unas normas de ahorro energético, sale Pedro Sánchez sin corbata para explicarlo y, cual perros de Pavlov, los haters más destacados del presidente, que son legión -con José Manuel Soto al frente de la manifestación, hagan su cálculo-, unidos en su odio africano, anuncian que se van a poner corbata… para ir a la playa. De verdad que no cabemos más tontos ni tontas, ni en la playa ni en el campo ni en la ciudad. Si mañana Sánchez prohíbe beber aguarrás, se nos colapsan las urgencias. Quisiera pensar que es consecuencia de la última ola de calor, pero me temo que es más grave.