Empedrados
La maestra Amara Carvajal dirigió el año pasado por estas fechas un curso en Used (pegado a Gallocanta, camino de Calamocha) sobre estos pavimentos de piedra.
Los paleontólogos aprovechan el alto veraniego en la actividad académica para hacer excavaciones desde Atapuerca a pueblos del Señorío. En la vecina Aragón están estudiando y tratando de conservar los suelos de empedrados históricos. Esta técnica ancestral utiliza cantos y guijarros en iglesias, castillos, calles y entradas de casonas o casas solariegas.
La maestra Amara Carvajal dirigió el año pasado por estas fechas un curso en Used (pegado a Gallocanta, camino de Calamocha) sobre estos pavimentos de piedra. La demostración dejó boquiabiertos a una veintena de arquitectos, estudiantes, profesionales de la construcción y aficionados a los oficios tradicionales de toda España.
Los empedrados para casi toda calle que se precie en ciudades con algo de historia resucitaron en los 80. Pese a ser molestos y denostados por los que circulan en motos, quienes caminan con altos tacones (mayormente mujeres) o vecinos quisquillosos que no saben apreciarlos y se quejan de las vibraciones de los vehículos en el silencio de la noche.
Desde antes de la Edad Media, una ciudad o pueblo no era nada sin un buen empedrado para aminorar barrizales y encauzar riadas. En mi pueblo se arreglaban a zofra la víspera de San Isidro en torno a la Iglesia y en las calles principales. Viejos vecinos, maestros en colocar piedra contra piedra sin más encaje para calzarlas que otras más pequeñas y tierra, advirtieron cuando llegó la moda de cementarlo todo: “En las cuestas, con los hielos y los chavales que van como cohetes con las bicicletas os vais a romper la crisma”.
Llene quien llene las alforjas de votos, tras esta campaña de armas tomadas, actualizando para atemorizar fascismos, comunismos y secesionismos, siempre será fácil para los perdedores “echar la culpa al empedrado”, como cuentan que hizo un cojo. O, como matiza la RAE, a lo primero que pillan quienes no han podido desempeñar debidamente un trabajo.