En tiempos del colera

24/04/2020 - 12:53 Jesús de Andrés

En los últimos años nos hemos ocupado más de las formas que del fondo. Ya no hay asilos. 

En una de sus mejores novelas, García Márquez narraba la historia de dos septuagenarios a los que la vida da una oportunidad y recuperan su viejo amor de juventud. Un amor sostenido por la pasión y la espera, que logra escapar a lo que piensen los demás. Un amor al que sus protagonistas tenían derecho. Un amor que, como afirma uno de sus personajes, se hace más grande y más noble en tiempos de peste, en los tiempos del cólera. 

Envejecer es asistir a la propia decrepitud física desde una mente más sabia, calmada y experimentada que nunca. Es llegar a una etapa de la vida antaño celebrada y hoy menospreciada. Deseosos de vivir una eterna juventud, único bien con el que el diablo puede tentarnos para comprar nuestra alma, intentamos no llegar a ella y disimularla cuando llega. Ya no hay elogio alguno de la vejez, como el realizado por Cicerón en su momento. Hoy, por el contrario, en tiempos del coronavirus, asistimos al horror del tratamiento dado a los mayores, dejados en manos de un Estado de Bienestar menguante, que ha ido recortando prestaciones, que poco tiene que ver en su realidad con los principios que pretende sostener.

En los últimos años nos hemos ocupado más de las formas que del fondo. Ya no hay asilos. La corrección política los hizo desaparecer, no así su existencia. Los asilos pasaron a ser residencias de ancianos, luego de la tercera edad y hoy de mayores. Que nadie se ofenda por cómo los llamamos: eso sí, da lo mismo cómo sean tratados. Las residencias se convirtieron en una necesidad y en torno a ella se levantó un negocio de particulares, una oportunidad de lucro al amparo de las instituciones públicas. Tiempo habrá, cuando pase este horror, de repensar qué hacemos con este asunto, si emprender una reforma en profundidad o mantenerlo como hasta ahora, a merced de que un virus nos ponga en evidencia.

Y mientras tanto, a vueltas con si los niños salen o no salen a pasear, de si van a la farmacia o a los columpios. En la crisis económica de 2008, en la Gran Recesión, los más perjudicados fueron los jóvenes, pero el discurso político, más preocupado por los resultados electorales que por otra cosa, se centró en las pensiones. Hoy estamos en el otro extremo: son los ancianos, la gente mayor, los grandes afectados y sin embargo parece que el problema son los niños. Son los mayores las víctimas del coronavirus, quienes -después de toda una vida entregada a los demás- tienen más derecho que nadie a recibir atención, a ser bien tratados, a recibir amor, incluso en tiempos del cólera como estos.