Encierros y capeas

19/08/2019 - 21:26 Jesús de Andrés

En España los toros han sido parte del paisaje durante décadas.

Uno no sabe si en estas semanas en las que, quien más quien menos, todos nos desplazamos y alejamos de las rutinas, empleando los días en labores lúdicas y empresas aplazadas, tiene muchos o pocos lectores. Mas, como me consta que alguno hay, no cabe echar la cancela y abandonarlo. Decía Paco Umbral que los columnistas somos la castañera en invierno o la heladera en verano, alguien a quien se espera y se busca para que sirva sus cucuruchos de palabras, mezcla de reflexión, actualidad y literatura. Como ya suman años estos Reloj de Sol, en ciertos momentos comienza a ser tradición hablar de lo que toca, que en agosto, en esta tierra, por desgracia, es de festejos taurinos.

En España los toros han sido parte del paisaje durante décadas. Tal y como explicaba Ortega al distinguir entre ideas y creencias, las ideas se tienen y en las creencias se está. Ahora unos y otros pretenden que la tauromaquia sea una cuestión ideológica, que su defensa o rechazo dependa de ser de izquierdas o de derechas, exigiendo que el BOE decida su futuro: para declararla fiesta de interés nacional y hacer que lluevan las subvenciones sobre ella o para prohibirla por decreto y trasladarla al código penal. Lo de siempre, vamos. Eso es no entender nada: en España se ha estado en los toros como se ha estado en el catolicismo. Le preguntaban a un personaje de Woody Allen por su religión y este respondía que era ateo. “Ya -decía su interlocutor-, ¿pero ateo católico, ateo protestante o ateo judío?”. No es lo mismo.

La tauromaquia en una tradición que se va disolviendo en el tiempo, que ya está muerta aunque sus seguidores y practicantes, por mucha subvención en vena que le pongan, no lo sepan, como el niño de El sexto sentido o los zombis de The Walking Dead. No desaparecerá definitivamente por lo que digan los programas electorales, lo hará por sí misma, por atávica, por recrearse en la crueldad, por ser incompatible con una ética moderna. Desaparecerá como desaparecieron las ferias de mulas o las academias de corte y confección. Entre tanto, la España vacía se llena con los hijos y nietos de aquellos que se marcharon hace años. La pana, el chaleco y la camisa blanca son sustituidos por piercings y tatuajes, la boina por gorras de beisbol, el burro por vehículos todoterrenos. En vez del botijo se pide wifi, pero a poco que se rasque asoma el español paleto que todos llevamos dentro, ese que blande estos días un palo para correr al grito de “¡eh, toro!”. Llega la semana grande de corridas, encierros y capeas. Con poco que nos esforcemos, para oprobio de nuestros descendientes y regocijo de hispanistas, saldremos de nuevo en los medios. Ya queda menos.