Entre todos la mataron

30/04/2022 - 10:25 Jesús de Andrés

Frente al movimiento LGTB (lesbianas, gais, trans y bisexuales), la extrema derecha, a modo de parodia, aboga por el pensamiento LGBT (Liberty, Guns, Beer & Trump.

Las elecciones presidenciales celebradas en Francia han sido un termostato certero de la situación política en Europa. La victoria de Emmanuel Macron, reelegido con un 58,5% de los votos, supone un freno a la extrema derecha, una resistencia provisional a la embestida iliberal que desde hace años hostiga a las democracias occidentales, al ‘por ahora no’ que debería encender todas las alarmas. Macron, aunque ha acusado desgaste por los efectos de la crisis, la pandemia y la guerra, lo ha hecho bien, sin duda, y ha sido recompensado por ello. Combativo con una izquierda dividida y alejada de la realidad, inmersa en sus ensoñaciones biempensantes, Macron ha sabido aglutinar el voto más desideologizado, el de aquellos franceses a los que les preocupan los problemas del día a día y aprecian la buena gestión pero no quieren entrar en el debate partidista ni dejarse arrastrar por la corrección política de la izquierda ni por las batallas culturales planteadas por los seguidores de Le Pen.

Frente al movimiento LGTB (lesbianas, gais, trans y bisexuales), la extrema derecha, a modo de parodia, aboga por el pensamiento LGBT (Liberty, Guns, Beer & Trump). Libertad, armas, cerveza y Donald Trump. Como bien ha destacado Stefanoni en ¿La rebeldía se volvió de derechas?, la pretendida superioridad moral del progresismo tiene las de perder en el momento de discutir con las derechas emergentes. La razón es sencilla: los ideólogos de la izquierda, los generadores de marcos de interpretación y sus instituciones culturales hace tiempo que dejaron de leer a la derecha. Sin embargo, la derecha, al menos sus intelectuales más alternativos, leen a la izquierda y discuten sus argumentos.

En nuestro entorno da pavor comprobar cómo todos los partidos bajan al barro de los marcos culturales que impone VOX, como entran a su juego, agarrotados por el miedo, pretendiendo no ser señalados. Como si la ley contra la violencia de género fuera el mayor problema de Castilla y León. Como si los toros, la caza y las mantillas fueran a resolver nuestros problemas. Luego, cuando caigan uno a uno gobiernos municipales y autonómicos, nos rasgaremos las vestiduras. Y es que ahí, en su medio natural, es absurdo buscar su confrontación porque lo único que se consigue es reforzarlos. Ya hay algún presidente autonómico que asustado por las encuestas pide recuperar, como antaño hacían otros, el debate del gobierno para la lista más votada. Más le valdría dejar de promocionar las aficiones de quien se lo puede llevar por delante. VOX no es un partido fascista, no nos pondrán camisas pardas ni azules ni tendremos que desfilar bajo la luz de las antorchas, pero nos pueden enredar en viejunas cruzadas ideológicas, en peligrosas pretensiones antieuropeas y en múltiples enfrentamientos internos. Y eso sí será un problema.