España insultona
La literatura de los siglos de oro está llena. Cervantes reitera en el Quijote el insulto en castellano por excelencia con todas las formas posibles (hideputa, hijo de puta etc.), incluso con el tratamiento de don antepuesto.
Seguramente el insulto es tan antiguo como el idioma, pero nunca ha sido el rey de la comunicación verbal y, menos todavía, en parlamentos y ayuntamientos. Hoy los abundantes calientasillones iletrados sueltan a la mínima improperios tipo “facha”, “carapolla” referido al alcalde de Madrid, “felón” (desleal y traidor) dirigido al presidente del Gobierno, y otros alusivos a la salud mental del contrario.
La literatura de los siglos de oro está llena. Cervantes reitera en el Quijote el insulto en castellano por excelencia con todas las formas posibles (hideputa, hijo de puta etc.), incluso con el tratamiento de don antepuesto. Y no digamos Lope (mamacallos) o Quevedo, que tildó a Góngora de bujarrón.
Parlamentarios señeros como Cánovas, Sagasta, Castelar o Azaña, maestros en el uso de la palabra y los chascarrillos, se escandalizarían oyendo las imprecaciones que en ocasiones hacen de las cámaras un chulesco recinto tabernario.
La presidenta de Madrid ha protagonizado el penúltimo. Vilipendiada desde cuando la Covid con calificativos como IDA (atribuido a Iván Redondo el “vendehúmos”, según Graciano Palomo), soltó la injuria quijotesca al Presidente desde el palco-“gallinero’ del Congreso. Se disparó por lo bajini tras los ataques a su persona y familia durante la investidura. “He dicho me gusta la fruta”, ironizó. Resultado: se ha expandido este deseo y el “hijo de fruta” entre escolares y patanes.
Schopenhauer escribió El arte de insultar ofreciendo un catálogo como último recurso cuando toda argumentación ha fracasado. En nuestros pueblos abundaba mostrazo, borde, cabezatrillo, buscarruidos, folliscas… Han aterrizado otros modernos como pagafantas y perroflauta.
Cuenta el escritor Ramón Pernas que al cruzarse Emilia Pardo Bazán en el Ateneo con Benito Pérez Galdós, que había sido su amante, se dirigió a él llamándole “viejo chocho”. El autor canario le respondió cambiando el orden de las dos palabras. Había más arte.