Felicidad

24/12/2021 - 11:39 Antonio Yagüe

En el principio de los tiempos (antes de las inocentadas hispanas), se reunieron varios duendes para hacer una travesura.

En los remolinos de mi memoria salpica en estos días de tantos deseos de felicidad un cuento del peruano Leopoldo Caravedo. En el principio de los tiempos (antes de las inocentadas hispanas), se reunieron varios duendes para hacer una travesura. Uno de ellos propuso quitarles algo a los humanos. Tras mucho cavilar, otro planteó hurtarles la felicidad. Pero “el problema va a ser –advirtió- dónde esconderla para que no la puedan encontrar”.

El primero propuso hacerlo en la cima del monte más alto del mundo. Pero otro le recordó que los humanos tienen fuerza y alguna vez alguno podría subir y hallarla,  con lo que todos sabrían dónde estaba. Un cuarto planteó ponerla en el fondo del mar. Pero, en seguida, otro le alertó de que los humanos tienen curiosidad y “alguna vez alguien construirá algún aparato o  bajarán buceando y la encontrarán”. Otro duende propuso esconderla en un planeta lejano a la Tierra. Le dijeron: “No, recuerda que tienen inteligencia, y un día alguien construirá una nave en la que pueda viajar a otros planetas, la descubrirá, y entonces todos tendrán felicidad”.

El duende más viejo, que había escuchado todas las propuestas, dijo saber dónde ponerla para que nunca la encuentren: “La esconderemos dentro de ellos mismos.  Estarán tan ocupados en sus cosas y buscándola fuera que nunca la encontrarán”. Todos estuvieron de acuerdo y desde entonces ha sido así: el hombre se pasa la vida buscando la felicidad, sin saber qué la lleva consigo.

Liados con los mail, wasaps o estresantes semáforos, muchas veces los humanos no la buscamos o creemos que está en el Gordo, joyas, dinero, sexo, el último móvil, un casoplón, un cochazo, más seguidores en las redes, conexiones sociales, ascensos laborales, parejas de cine, viajes… 

A menudo se reúne a sesudos pensadores  en congresos sobre el tema, patrocinados por la multinacional de la chispa de la vida y alguna diputación ¿Conclusiones? Nada en claro, como dicen en mi pueblo. “¿Es usted feliz?”, le pregunté al maestro Delibes. Asintió. Con un matiz: “Tampoco hay que pedir a la vida más de lo que puede dar de sí”.