Ferias del besuqueo
La incipiente vuelta del besuqueo social en este septiembre, todavía verano, es un indicio del reencuentro con la rutina.
El retroceso del virus es tan evidente que en los mentideros y saraos de Madrid, recién regresados pletóricos de vacaciones, han vuelto los besos. Al menos el acercamiento de mejillas, a veces con mascarillas, a veces sin ellas. La incipiente vuelta del besuqueo social en este septiembre, todavía verano, es un indicio del reencuentro con la rutina.
El retorno a lo cotidiano resalta en la celebración, con control de visitantes y menos espacio, de la Feria del Libro al parque del Retiro, ahora Patrimonio de la Humanidad. Incluso con la tradicional lluvia. Esta “feria del reencuentro”, bazar de letras y vanidades, en el que participan mil autores y hasta medio millón de visitantes tasados, servirá de termómetro de la salud y recuperación del sector editorial tras los estragos de la pandemia.
Todo, todo vuelve, es cíclico, como se han hartado de recitar poetas, cantautores, filósofos, refranes de abuelas y sentencias de la sabiduría popular. Los humanos somos enternecedoramente ingenuos y los “para siempre” raramente duran más de medio siglo. Hasta han vuelto estos políticos –y los otros- que nos lo van a arreglar todo, mientras se dan chutes de imbecilina, su droga más habitual según mi amigo Miguel, para protegerse de desastres como la renovación del CGPJ o el SMI, la pocilga del Mar Menor, la devolución de menas en Ceuta, la escalada de la luz y el déficit o las colas del paro.
Las playas han vuelto a ser mojadas, desiertas, hermosas y sin cuadricular por toallas. Y nuestros pueblos y montes a su esencia más pura que es la soledad y el silencio. Incluida la revuelta o curva, existente en la mayoría, desde la que nos girábamos para darle un adiós en el coche de línea o camino del tren.
Volverán oleadas de migradores invernales, como patos, garzas, palomas torcaces, zorzales y grullas, que llegan en perfectas bandadas geométricas anunciándose a trompetazos que resuenan a kilómetros en el cielo. Se barrunta la berrea de ciervos y otros astados, con su erotismo salvaje, ruidosos bramidos, entrechocar de cuernos, espectadores voyeristas e intereses turísticos. Con ella, habrá llegado el otoño.