Fin de temporada
Todos queremos más tiempo, necesitamos más tiempo, días más largos, disfrutar de más horas.
El final de agosto, diga lo que diga la astronomía, trae consigo el final del verano, el inicio de un nuevo ciclo, la llegada de un otoño que, si bien no siempre se traduce en una repentina mudanza de las temperaturas, comienza a pesar en el ánimo. El fin del verano nos hace reflexionar sobre el paso del tiempo, ese tiempo que madura, que pudre y erosiona, que cura, que cicatriza y sana, y que, sobre todo, cambia, nos cambia. Es momento de recoger los últimos frutos, de preparar la inminente vendimia, de celebrar la cosecha. Y como cada comienzo de un nuevo curso, es tiempo de propósitos, que no son sino un mapa para la vida, una carta de navegación, una ruta diseñada con la materia prima de nuestros anhelos.
Más allá del deseo, de las aspiraciones que todos compartimos, la intención de alcanzar metas requiere de grandes dosis de valor, constancia y decisión. Tener un plan impide que las circunstancias nos lleven aquí y allá sin ser capaces de poner rumbo. Tener un proyecto nos permite gobernar el timón, tomar el control de nuestra propia vida. Fijar un norte, ajustar bien la brújula, nos permite escapar de la inconsciencia que supone dejarse llevar por la opinión de los demás, por otros, por todos menos por uno mismo. Para ello es necesaria una motivación, una razón de ser, un porqué, y gasolina para el camino.
El tiempo no para, no se detiene. Todos queremos más tiempo, necesitamos más tiempo, días más largos, disfrutar de más horas. Para dormir, para descansar, para desarrollarnos, para hacer aquello que nos llena. Más tiempo para vivir. Al fin y al cabo, nuestro tiempo es nuestra vida. Hay que recordarlo, que a veces se olvida. Aprovecharlo es exprimir la existencia, no desperdiciarlo mirando atrás, pensando en lo que pudo haber sido y no fue, en lo que hicimos o dejamos de hacer, en lo que dijimos o dejamos de decir, en las oportunidades perdidas, en las veces en que pasó el tren y no nos subimos a él; y no malgastarlo angustiándonos con el futuro, con lo que será de nosotros el día de mañana, con los temores a la vuelta de la esquina, con los miedos que nos atenazan. Aprovechar el tiempo equivale a alejar la desidia, desterrar la pereza y crecer. Es sinónimo de evitar la dispersión, de aprovechar cada oportunidad que se nos ponga por delante. Qué mejor propósito de final de temporada, de inicio de una nueva etapa, que vivir plenamente el presente, fijar metas que podamos cumplir, dejar atrás lo gris del pasado y evitar los temores futuros. Qué mejor aspiración que tener un destino, respirar profundamente y vivir en calma. Sea.