Fin de temporada
Deja el olor a pólvora regusto a fin de temporada. Se acaba la fiesta y regresa la rutina, esa misma que se intentó sortear, sin éxito, una vez más.
Septiembre siempre empieza un lunes con desgana, un día de tedio gris o azul, poco importa el color del cielo. De repente, varios grados menos ajustician al verano. La cama pide ropa y piel, el paseo abrigo. Fin de temporada para los cantantes y los camareros, decía Quique González en aquella canción, en “La ciudad del viento”, allí donde uno es veraneante accidental, donde sube a la montaña, de donde parten las caravanas. Decía Demócrito que una vida sin fiestas es como un largo camino sin posadas. Tras unos días sin reloj, volvemos al camino, donde encontraremos barro, algunos baches y, por qué no, alguna flor en el arcén. Hay una calle que lleva tu nombre.
Domingo de calma en el que clavo el diente al Cancionero de los Hermanos Cubero, quienes, ellos sí, atesoran todos los méritos para hacer uso de la mayúscula. Se trata de una magnífica edición, que descubrí hace poco, de la editorial Pepitas de Calabaza, publicada hace apenas un año, en otro septiembre impreciso. Incorpora tres bellos e interesantes textos firmados por Joan Pons, Emilio Gancedo y Elvira Valgañón, además de una selecta recopilación de letras de sus canciones. Imprescindible el ensayo de Emilio Gancedo, donde cuenta la peripecia vital y musical de Enrique y Roberto Cubero. Una infancia y una adolescencia vividas en su Guadalajara natal, sin pueblo, y una emigración tardía, casi a contracorriente, a Cataluña, en plena juventud.
La música de los Hermanos Cubero surge de la mezcla de nostalgia y memoria, aquellas que intensifica la distancia, pasadas por la batidora musical que fueron construyendo durante años al compás de un laúd y una guitarra destartalada, de la ensalada mixta compuesta de tradición y modernidad que han sabido elaborar sin prejuicios y con total libertad. Son las suyas canciones que maduran sabores a miel de espliego y romero con sombreros de cowboy, alpacas de paja y viejas gasolineras por carreteras que llevan al oeste, que ligan jotas castellanas con paisajes de Kentucky, seguidillas interpretadas al banyo. Aprendieron música y se empaparon de otros ritmos sacando discos prestados de la Biblioteca Pública de Guadalajara, músicas del mundo cuyos punteos reproducían luego en la habitación de un piso humilde pintado de gotelé. “Cordaineros de la Alcarria”, “El mielero”, “La jota de los besos”, “Guadalajara” o “Me quedo con lo bueno” son algunos de los títulos de sus canciones, recogidas en media docena de discos. Suena country en la Alcarria. Escuchando su música, el Ocejón está en los Apalaches.