Gallineros alborotados
Algunas leyes, en algunos lugares, tarde o temprano, toca cumplirlas. De acuerdo con la de bienestar animal, todas las instalaciones avícolas de autoconsumo, los gallineros domésticos de toda la vida, deben inscribirse en el Registro general de explotaciones ganaderas (REGA) del Ministerio de Agricultura.
La medida, que oficialmente persigue su control ante enfermedades como la gripe aviar para facilitar su erradicación, ya casi no afecta en nuestra comarca. Los depredadores naturales (zorras, tasugos, águilas, garduñas) están acabando con los últimos, que requieren vigilancia permanente.
El papeleo, innecesario para algunos, ha desatado cierto revuelo especialmente en el campo gallego, donde es bastante común que haya un corral bien surtido en buena parte de las casas para consumo propio y obsequiar a familiares y vecinos. No ha sentado nada bien aunque sea gratuito.
La norma establece sanciones de 600 euros para quienes no “legalicen” estas instalaciones. Además de ponedoras y pollos de engorde se incluyen pavos, patos, pintadas, gansos, codornices, perdices, faisanes o palomas de forma permanente, con sus altas y bajas.
Los paisanos deben especificar el número de aves (a partir de 30 pasa a considerarse explotación), el emplazamiento del corral y el sistema de cría, siempre a cubierto, al aire libre o en un sistema mixto. Y que en ningún caso se comercialicen los animales o sus productos.
Los legisladores se han olvidado de la figura de gallo. En algunos gallineros se mantiene por tradición, a pesar de su reciente mala fama de molesto despertador y violador impenitente. Ya casi nadie echa cluecas para criar pollas, pero los hay antiguos que prefieren los huevos más auténticos, fecundados o ‘pisados’ por el rey del gallinero.