Girasoles

07/08/2021 - 10:23 Antonio Yagüe

El verano es más verano cuando llegan los girasoles. Su característico color amarillo nos transmite vitalidad.

Los agricultores les llaman por su fruto, van directamente al grano: pipas. Cada vez siembran más en el Señorío. Hay pagos en los que el horizonte se pierde entre girasoles, tierra parda, y el zumbar de las chicharras. Son llanuras, ollas y recuencos, hasta donde alcanza la mirada, como un lecho de mar sin agua. Son lo único que enmiendan la nada, sin ruidos ni gentes, hasta acabar en suelo yermo, aliagas y sabinas.

Lo principal que queda hoy en estos pagos, donde cuentan que hubo poblaciones y batallas, es toponinia, geografía, “física a cámara lenta con unos cuantos árboles clavados”, como dijo un cualificado observador del mundo. Apenas sobrevive la brisa, caminos de concentración y senderos de herradura casi borrados. Por la noche, ecos de cencerros del penúltimo rebaño.

Un geógrafo ilustrado escribió que la flor del girasol ilumina los campos en verano girando hacia la luz del sol en perfecta formación. Una flor, emblema de los imperios Inca y Azteca, símbolo del Dios Sol y de la  prosperidad y riqueza con un profundo sentido espiritual, pues representa el movimiento constante para encontrar la iluminación, la fe inquebrantable que guía al alma en nuestras vidas.

El verano es más verano cuando llegan los girasoles. Su característico color amarillo nos transmite vitalidad. Al ser propios del verano, resisten las altas temperaturas y se convierten en una flor extraordinariamente decorativa. De niños, fascinados por su rareza, cultivábamos algunos entre surcos de patatas, para conseguir pipas como las que devorábamos en el cine Aguilar de Molina. Impacientes, no les dejábamos madurar ni las sabíamos tostar.

Hay girasoles que siempre miran el este. Me lo explicaron en México. Los jóvenes siguen al sol durante el día para garantizar su fotosíntesis y por la noche regresan a su posición inicial. Los maduros no se inmutan para asegurarse varias horas solares sin esfuerzo.

La vejez, pensé, es parecida. Sin impulso para ir buscando hermosos e inciertos soles de la vida, nos quedamos mirando el sol de la mañana que nos caliente las venas, con leves giros, como lagartos fríos ansiosos de paz y de calor.