Guadalajara

05/09/2020 - 17:02 Marta Velasco

Soy una seguntina orgullosa, Sigüenza es una de las muchas joyas que tú, Guadalajara, ofreces al que quiere visitarte. 

Te escribo, Guadalajara, porque fuiste la ciudad donde pasé mi infancia y mi adolescencia, donde tuve muchos amigos y aprendí a amar la música, las novelas gordas, el baile, el cine y los bares; donde fui muy feliz con mis padres, mi hermana, mis tíos y mi colegio de las francesas. Desde que me fui, hace ya bastantes años, te he visitado poco y me siento culpable por pasar cerca sin entrar a verte, a pasear por tus calles, que fueron mías, y volver a estar alegre, como cuando era tan joven y la vida era sencilla y dulce.

Soy una seguntina orgullosa, Sigüenza es una de las muchas joyas que tú, Guadalajara, ofreces al que quiere visitarte, como hizo nuestro premio Nobel Camilo José Cela, y él, caminando y conociéndote, nos regaló su inmortal Viaje a la Alcarria. Y así lo hacen escritores y pintores, seducidos por tus pueblos, tus paisajes y tus gentes.

Nunca fuiste un dormitorio para Madrid, ni tampoco la provincia que se atraviesa para ir a Barcelona, siempre fuiste una ciudad tranquila, ideal para vivir y para trabajar, con personalidad propia, mucho movimiento cultural y con una de las provincias más hermosas y desconocidas de España.

Quiero decirte que este verano, tan raro y triste, hemos venido a nuestros pueblos y esta semana hemos hecho una pequeña excursión dirigida por un entusiasta de tu provincia, Miguel Bernal, que te ha recorrido de norte a sur, en invierno y en verano, en bici o en moto, siempre con amigos y con profundo amor por tus tierras y tu historia.

La primera parada de nuestra excursión fue en Albendiego, festoneado de chopos, unos vecinos nos indicaron el camino de la Ermita de Santa Coloma, románica y, dicen, mágica. Estaba cerrada y relucía preciosa, sofocada bajo el sol de agosto. En Campisábalos visitamos la Ermita de San Bartolomé, pura belleza románica, adornada con el calendario de los trabajos del campo.

 En ‘Los Condemios” nos tomamos un refresco. Un enorme árbol atiborrado de pájaros cobijaba unos juegos para niños muy concurridos y, con tantos trinos, daba gana de quedarse bajo su sombra.

El Castillo de Galve de Sorbe, erguido sobre el valle, presumía de estatura y reconquistas. Y desde la carretera admiramos la majestuosidad del Alto Rey y del Ocejón, olía a pino y a jara, vacas rubias pastaban en los prados... En Hiendelaencina, hubo plata y quedan casas negras de mineros. Sorprendentes el Hostal La Perla, con detalles propios de un refinado hotel, y la rica comida del Sabory, su fama le precede.

Adiós, Guadalajara, recibe mi amor con esta carta, alabastrinos besos del Doncel, un vuelo de campanas repicando … ¡Ah! y mucha Salud de parte de la Virgen de Barbatona… Iré a verte pronto, bajaré por la Calle Mayor hasta El Infantado, pasearé la Concordia con mi hermana y mis recuerdos y regresaré a tus hermosos pueblos. No tienes mar, pero una inmensa marea de pinos y robles perfuma la brisa desde la Alta Sierra.