Igualdad gracias a las ovejas


La presencia de las mujeres en la  Mesta no fue precisamente abrumadora, pero de muy diversas maneras contribuyeron a su despliegue como pastoras, propietarias de tierras, tejedoras... las mujeres también fuimos mesteñas.

Ya hace setecientos cincuenta años que Alfonso X creara una de las asociaciones gremiales y económicas más importantes hasta su disolución en 1836: el Honrado Concejo de la Mesta. El evento constitutivo tuvo lugar en el pueblo alcarreño de Gualda (que en la actualidad forma parte del municipio de Cifuentes, de donde fue señora uno de los amores más intensos del rey Sabio, doña Mayor Guillén de Guzmán. Véase la vindicación dedicada a ella el 4 de abril de 2021 bajo el título Un recadito para el rey), coincidiendo con la estancia allí de las Cortes itinerantes.

Desde entonces, la Mesta fue generando un marco institucional y legal con significativos vínculos entre la aparición de la misma y el tipo de sociedad y economía que se estaba conformando en la España medieval. Así, la Mesta concedía privilegios para proteger una actividad económica de primer orden como era la exportación de la apreciada lana de las ovejas merinas, en cuyo manejo −de las ovejas y de la lana− estaban muy presentes las mujeres.

La Mesta era poderosa por muchos motivos, y no solo comerciales. Por ejemplo, servía para la resolución de conflictos relacionados con los oficios pastoriles y ganaderos, la ocupación de terrenos, la determinación de las tasas de pasto o el cobro de impuestos; pero también cumplía un papel fundamental en la vertebración de los territorios que Castilla iba «reconquistando» a los reinos musulmanes. 

El Honrado Concejo de la Mesta más bien supuso la culminación de un proceso previo, pues con anterioridad ya existían asambleas locales de pastores y propietarios que se reunían dos o tres veces al año, lo que indica la preminencia de la ganadería sobre la agricultura. En aquel momento, la participación de las mujeres, aun siempre con limitaciones respecto a los hombres, era asaz equitativa. Bastaba que una persona, con independencia del sexo, tuviera una cabaña superior a cincuenta ovejas para poder intervenir con voz y voto en las mencionadas asambleas.

Ovejas pastando alrededor del colegio de las Anas, c.1960. Fuente: Colección particular.

Tras la creación de la Mesta propiamente, la costumbre era congregarse tres veces al año durante veinte días, aunque hacia el 1500 pasó a dos, para luego reducirse a una a partir del siglo XVII, coincidiendo con el inicio de su decadencia. La ubicación de cada encuentro variaba entre las localidades más relevantes, siendo Sigüenza uno de los lugares neurálgicos de la Mesta. La reunión solía desarrollarse en una iglesia o a campo abierto y las mujeres, al igual que en las primeras asambleas locales, mantuvieron sus derechos en la Junta.

Lo cierto es que las ovejas y la potente economía que se generaba en torno a ellas precisaban disponer de pastos verdes todo el año, para lo cual necesitaban desplazarse de unos lugares a otros y así evitar los rigores estacionales. La Mesta aseguraba, como dijo uno de sus principales estudiosos, Julius Klein, «todo el tiempo y en todas partes» pastos y vías adecuadas como las cañadas (transitar por los caminos de la Mesta conllevaba la protección de jueces especiales, como lo fue a finales del siglo XVI López de Chinchilla, miembro del Consejo Real cuyo tribunal se encontraba en Guadalajara por su proximidad a la linde de la cañada de Soria, con muy eficaz desempeño). Además, a esta cuestión práctica conviene añadir la incidencia que tuvo la peste negra entre los años 1348 y 1350, que provocó una notable merma de la población humana y, con ella, de la actividad agrícola, favoreciendo de este modo la prosperidad de la ganadería.

En verdad las migraciones semestrales se remontan a la época de los pueblos iberos. Más tarde, los romanos dejaron numerosas referencias a los movimientos del ganado y a la lana hispana, que era rojiza y más áspera que la merina propia de la Mesta, la cual era blanca y suave (es posible que los almohades fueran los introductores de esta clase de oveja que los cristianos fueron mezclando con las oriundas, es decir, con las churras).

Como indicó el ya mencionado profesor Klein (nacido en California en 1886, y por un tiempo investigador en la Universidad de Harvard, ya que la mayor parte de su vida la dedicó al ejercicio de distintos cargos gubernamentales relacionados con el Partido Republicano), el origen de la palabra mesta no es claro, pero hay  quien lo hala en la mezcla de ovejas; también en la palabra bereber metcha y sus tradiciones respecto al ganado; incluso pudiera ser la derivación de algo similar a «la amistad entre pastores» y, hemos de añadir, pastoras.

En cualquier caso, parece claro que debido a lo asentado que estaba el concepto de mesta, cuando el rey Alfonso reunió a «todos los pastores de Castilla» en una entidad nacional y les dio una carta de privilegios, decidió darle ese nombre. La presencia de mujeres en la Mesta no fue precisamente abrumadora, pero de muy diversas maneras contribuyeron a su despliegue como pastoras, propietarias de tierras, tejedoras… las mujeres también fuimos mesteñas.