Invierno de leña
Parece como si volviéramos al pasado al grito de todos a por leña, tras el descenso con el paso de los años de las ventas y de modernos leñadores y comercializadores.
El papel higiénico al principio de la pandemia, aceite de girasol tras la invasión de Ucrania, hielo al comenzar el verano... El objeto de deseo o fiebre por algo tan mundano ha llegado a la humilde leña, por nuestros pagos sencillos troncos, aldones, tarugos, cepas o cepurros. Más urbano, el carbón, y más pijomoderno y aseado, los pélets.
Suiza, Alemania y Francia se lanzaron en julio a un inusitado acopio (con importaciones de España), ante el precio de los carburantes por las nubes y el cierre del grifo del gas por Putin. Avispados predictores ya avisaban de un invierno crudísimo, con Filomenas y serios problemas de calefacción.
La onda llegó a España en plena ola de calor. Ha disparado la demanda y los precios hasta en Baleares. Los vendedores no dan abasto, incluso dando la mitad de la leña verde. Sus cifras calculan una subida superior al 30% en el precio tradicional y en la venta de estufas de biocombustibles, y el doble en los pélets.
Parece como si volviéramos al pasado al grito de todos a por leña, tras el descenso con el paso de los años de las ventas y de modernos leñadores y comercializadores. Antaño, con los llamados “lotes” o “suertes” comunales que se repartían o se vendían entre particulares, los vecinos hacían en los pueblos su propia leña. De paso, dejaban el monte despejado, a prueba de incendios.
Hasta la Economía trae leña. En mi infancia rural era algo omnipresente. Cada niño llevaba a la escuela un cepurro para la estufa, además de la enciclopedia Álvarez. En la hoguera de Nochebuena se debatía un año si la que más calienta es la de carrasca o encina o la de almendro. “Es la del sarmiento, calienta por fuera y por dentro”, terciaba un antepasado guasón. También prevenía con otro refrán intemporal: “Ir a por leña y volver caliente, le ocurre a mucha gente”.