Juego en la sangre

08/02/2020 - 11:13 Antonio Yagüe

Nunca se da nada por perdido, en este juego de cartas para el que un diputado nacional, tomando como fuerte Aragón, ha pedido la declaración por la Unesco de patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad.

El guiñote era el pasatiempo rey desde la niñez a la vejez. Una conjunción matemática con 40 cartas de la baraja, suerte de mano en el reparto y azar como en la vida misma. Una brisca a destiempo, una dejadez o un arrastre desatinado cambiaban el rumbo de la partida cual tragedia de Edipo. Siempre con la posibilidad de remontar en las vueltas si se había llegado a 30 tantos. Y la disputa final: “si hubieras echado…”

Nunca se da nada por perdido, “mientras hay vida hay esperanza”, en este juego de cartas para el que un diputado nacional, tomando como fuerte Aragón, ha pedido la declaración por la Unesco de patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad. Un aplauso, sin entrar en banderas, a la defensa de una tradición que se lleva en la sangre y, como reza la propuesta, es “elemento integrador de culturas, transmisor de valores y expresión del modo de vida autóctono que contribuye a la identidad comunitaria”.

La demanda, por extensión, incluye a Molina de Aragón, Soria, Cuenca, la Rioja… Y a generaciones que al cabo del año le dedicaban y aún dedican más tiempo de su vida que a cualquier otro esparcimiento. “Con las cuarenta  de pinte (el rey y la sota) y el As, no perderás”; “no joden pero atormentan (las 40)”; “a hortelano, tonto patata gorda”; “las cartas se tiran con la mano y se levantan con el codo”; “los de atrás ver y callar”… Son frases eternas en este juego a cuatro manos (a dos resulta previsible e insulso) inventado, según dicen, por dos mudos. En las partidas serias no se hacen señas, ni se muestran robadas, ni se pregunta de últimas si llevas el siete o se reitera de vueltas con complicidad “cuántas llevamos”.

En mi adolescencia molinesa, por influjo turolense-zaragozano, nos jugábamos los cafés a dos cotos de tres  con posible desempate. Los festivos igual caían también unos solisombras. No era juego de envite, pero el tío Ángel recordaba que unos tratantes de Hinojosa perdieron un cabrito en un pueblo de Soria, jugado a medialumbre: los ganadores se lo comían mientras los paganos se limitaban a contemplar la chasca. “En la vida hay tres cosas: las mujeres, el vino de Godojos y el guiñote”, reiteraba algo machista el padre de Rafael.