La amurallada villa de Palazuelos

01/10/2019 - 22:37 Javier Davara

La Asociación Cultural Murallas de Palazuelos batalla por conseguir la consolidación de su patrimonio

Primeros días de otoño. Un muy amable y extenso valle. Un sonoro silencio por donde transita el galopar de la historia. Asentada sobre la falda del llamado alto del Monte, en las quebradas tierras del alfoz de Sigüenza, de la cual es una pedanía, la amurallada villa de Palazuelos, centinela eterno de los caminos que conducen hasta la otra Castilla, brinda a los vientos la impronta medieval de su recóndita belleza.

      Tras la conquista del distrito musulmán de Guadalajara, a finales del siglo XI, al igual que en otros despoblados terruños, Palazuelos se convierte en propiedad y señorío de los reyes castellanos, en uso de lo arbitrado en el viejo derecho romano. Dos siglos más tarde, el rey Alfonso X, el Sabio, regala el lugar y su término a su amante, doña Mayor Guillén de Guzmán, junto con las localidades alcarreñas de Alcocer y Cifuentes. Luego, la villa será gobernada por los sucesivos titulares del señorío, entre otros Simón Girón de Cisneros, obispo de Sigüenza, hasta acabar en manos de la poderosa estirpe de los Mendoza y, en tiempos de la princesa de Éboli, formar parte de la casa ducal de Pastrana.

      El hermoso caserío de Palazuelos, declarado Conjunto Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural, está ceñido en su totalidad por altos y gruesos lienzos de murallas. Un soberbio recinto fortificado por recios torreones circulares, sin almenas ni aspilleras, provisto de airosas puertas dobles, con arcos apuntados, dos de las cuales cimbran en esquinada entrada a modo de protección. Sus nombres habitan en la memoria de las gentes: la puerta de la Villa, en la cual luce una talla de san Roque, acomodada en una hornacina, y varios azulejos que expresan el nombre del pueblo; la puerta de la Vega o del Cercado, acceso directo a la plaza Mayor, y la del Monte, sin olvidar el sencillo postigo del arco del Lavadero.

      Sobre un breve alcor, en el borde noroeste de las murallas, y en ellas abrigado, se divisa la pétrea presencia del castillo, hoy de propiedad privada, cuyo proyecto se atribuye al arquitecto y escultor gótico Juan Guás. Se trata de una fortaleza, de planta cuadrangular, guarnecida por dos fuertes cubos y encumbrada con gran torre del homenaje. Las murallas y el castillo de Palazuelos fueron construidos, en los años centrales del decimoquinto siglo, por mandato del poeta y aristócrata Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, insigne protagonista de las grandes crónicas de Guadalajara y gloriosa figura de la literatura prerrenacentista española, entonces omnímodo señor de la villa.

      Viajeros y visitantes, al recorrer las calles y plazas de Palazuelos, quedan apresados por el aroma bajomedieval que envuelve todo el ambiente. Viviendas y casonas, de roja piedra arenisca y popular arquitectura, enmarcan la espaciosa plaza Mayor, síntesis y corazón de la villa, que exhibe una casi centenaria fuente, erigida en 1926, que cuenta con pileta y abrevadero. Al lado, una esbelta picota, de cuerpo cilíndrico y basa curva, rehecha hace años, pregona y simboliza, con la vieja cárcel y la casa consistorial, la antigua condición señorial del municipio. En ella, un juez, elegido por el común de los vecinos, ejercía la administración de justicia.

      Por la calle Mayor se llega hasta la iglesia parroquial, dedicada a san Juan Bautista, de origen románico y conclusión barroca, con muros de mampostería y espadaña triangular. El templo conserva una agraciada portada con arquivoltas y baquetones sobre columnas. Cerca de la puerta de la Villa, puede verse la fuente de los Siete Caños, cada uno de ellos con un distinto caudal, que surten de agua a una longitudinal batea. Extramuros del pueblo, se alza la bella ermita dieciochesca de la Virgen de la Soledad, edificada a expensas de la cofradía de la Vera Cruz.

      En las mendocinas calles de Palazuelos aún resuenan los alegres ecos de la última Quema del Boto. Una ceremonia, gustosa y popular, oficiada por los vecinos pasada la medianoche del día 15 de agosto, ya en la festividad de san Roque, su santo patrón. En la puerta de la Villa, ante un numeroso y expectante público, entre el sonar de dulzainas y tambores, proceden a quemar, sin combustión ni humareda, un viejo y grande odre elaborado con piel de cabra, usado de antiguo para el trasiego del vino. Atávico recuerdo de la promesa que los palazueleños hicieron a san Roque, allá por el siglo XVII, tomándole como patrón e invocando su favor ante la epidemia de peste y de hambruna que asolaba la comarca.

      El alto del Monte, uno de los emblemas de Palazuelos, situado en el borde meridional del caserío, forma una elevación montañosa de sereno encanto, que atesora un tupido bosque de encinas, sabinas y robles, además de las singulares carrascas altas. Privilegiado mirador sobre la villa y su risueña vega, además de un espacio natural protegido, administrado por el ayuntamiento pedáneo, el cual regula la corta de leña y otros menesteres, en colaboración con los agentes forestales.

      Por el Monte discurre una senda, bien conocida por los lugareños, que conduce a caminantes y andariegos desde Palazuelos hasta el cercano pueblo de Carabias. A medio camino, en la llamada “Cerrá de la Castaña”, en torno a la fuente del Piojo se avista una roca que tiene grabada, a modo de mojón, una cruz de Caravaca, compuesta por un largo pie o madero vertical y dos brazos horizontales de distinta longitud. El tramo más largo del madero y el brazo más corto señalan la ruta hacia Palazuelos y el otro tramo y el brazo largo indican en dirección a Carabias. Un simbólico y ancestral detalle.

      La Asociación Cultural Murallas de Palazuelos, fundada en el año 1990, es un excelente ejemplo de asociacionismo vecinal. Cuenta con un centenar largo de socios, entre vecinos, residentes, amigos y descendientes de los nacidos en el pueblo. Su primordial objetivo radica en la defensa, recuperación y conservación del valioso patrimonio de la villa, así como en el fomento y promoción de su historia, sus tradiciones y sus costumbres. Año tras año, en la segunda quincena del mes de agosto, celebran con éxito una significativa Semana Cultural y conmemoran la tradicional matanza del cerdo, en torno a la fiesta de la Constitución, en los primeros días de diciembre.

            Los asociados batallan por conseguir la consolidación integral de las murallas y puertas de la villa, en parte amenazadas de ruina, que corren el riesgo de quedar seriamente dañadas. La puerta del Cercado, principal entrada al pueblo por carretera, tuvo que ser cerrada y así continúa, aunque en estos días han comenzado los trabajos de su recuperación. Las medievales murallas de Palazuelos nunca han recibido subvención alguna por parte de los poderes públicos, pese a constituir un Bien de Interés Cultural declarado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Diversas y acreditadas voces claman por una justa solidaridad. Palazuelos no puede ser una villa ignorada, golpeada por el paso del tiempo, el abandono y la desidia. Cualquier ayuda se hace imprescindible. Las luces rojas siguen encendidas.