La Carrera
El capitán Boixareu Rivera es parte de la historia de Guadalajara, aunque sólo lo sea por haber usurpado el nombre de una calle durante décadas.
Cuando yo nací, mis padres vivían en La Carrera. Fue su primer hogar, un bajo humilde pero acogedor, frente al parque de La Concordia. Apenas conservo algunas anécdotas transmitidas más que recordadas: con apenas un año y unos meses, aprovechando un descuido de mi madre, salí solo a aquella calle, en una Guadalajara tranquila y despreocupada, para susto de todos. Al cabo de los años, tras las vueltas de toda una vida, regresaron a vivir de nuevo, unos números más abajo, quizá por siempre, a esa calle tan especial para ellos, en la que empezaron su andadura juntos. La Carrera. Porque siempre fue La Carrera, al igual que la calle o la plaza Mayor fueron la calle y la plaza Mayor o la plaza del Infantado fue la plaza del Infantado. Y lo fue por más que el franquismo le pusiera en 1939 el nombre de un militar desleal y traidor, José Boixareu Rivera, un golpista que nada aportó a nuestra ciudad, encumbrado por morir en una guerra civil que no debía haberse provocado nunca y, sobre todo, por ser cuñado del entonces alcalde, Pedro Sanz Vázquez, único y decisivo mérito para darle su nombre a esa calle.
El capitán Boixareu Rivera es parte de la historia de Guadalajara, aunque sólo lo sea por haber usurpado el nombre de una calle durante décadas. Y lo será para oprobio de quien lo ha defendido, durante la dictadura pero también durante la democracia. Como bien decía esta semana el alcalde, Alberto Rojo, sacar esta última remesa de simbología franquista del callejero es un acto moral al que ningún demócrata debiera poner la más mínima objeción. Apelar a las posibles molestias a los ciudadanos es de vergüenza ajena. Como lo fue la manipuladora consulta popular de hace unos años intentando radicalizar las posturas sobre algo que debiera haberse resuelto con un mínimo de unidad democrática y discreción. Si por algunos fuera, la calle Mayor seguiría siendo Generalísimo Franco y la plaza Mayor sería la plaza de José Antonio, por no molestar a los vecinos, claro. Pero cambiar el nombre franquista a la plaza de los Caídos para ponerle el nombre de plaza de España, curiosamente, no supuso ninguna molestia a nadie.
Los símbolos son muy importantes. Nos definen, determinan el espíritu cívico de las ciudades, construyen un nosotros y una identidad que a todos afecta, educando y socializando a cada generación. Gracias a que José María Bris retiró la Cruz de los Caídos o Jesús Alique hizo lo propio con las estatuas de Franco y José Antonio, nuestra ciudad dejó de formar parte del recorrido turístico de la extrema derecha de entonces. Aquellas decisiones nos hicieron mejores, como lo hace ahora el devolver a La Carrera, por fin, su verdadero nombre.