La Comisión
Se ha aprobado esta misma semana la composición de la Comisión Europea, el ejecutivo comunitario, el verdadero Gobierno de Europa.
Europa es cada vez más una isla en medio de un mar revuelto lleno de tiburones blancos, serpientes marinas y medusas venenosas, una atalaya asediada por los bárbaros, una excepción de progreso, democracia y respeto a los derechos humanos. Hay quien no lo quiere ver: es muy cómodo criticar a la vez que se goza de las ventajas de estar dentro. Y hay quien, sometido al imperio de los bulos y de la publicidad burda financiada por terceros países, sobre todo Rusia, que costea y promueve cuanta iniciativa antieuropea le es posible, no es capaz de verlo. Hoy más que nunca hay que arrimar el hombro para defender el proyecto europeo, que no es otro que el que ampara nuestros valores y nuestras libertades. En Ucrania se juega nuestro futuro, el del respeto a las fronteras y la soberanía estatal, el de la tolerancia cero con las dictaduras. También se juega en la lucha contra el integrismo musulmán, contra Irán y sus movimientos satélites. Y se juega, por supuesto, contra los caballos de Troya de la extrema derecha que pretende regresar a una arcadia inexistente, a un ilusorio pasado, en el que las naciones, ensimismadas, estarán libres de problemas.
Se ha aprobado esta misma semana la composición de la Comisión Europea, el ejecutivo comunitario, el verdadero Gobierno de Europa. Más que nunca había que estar unidos, apoyando a su presidenta, Ursula Von der Leyen, del Partido Popular Europeo, demostrando que, si bien nuestra forma de elección de gobernantes pasa por la confrontación de programas y proyectos, la Unión Europea es capaz de tener voz propia y defender sus amenazados intereses. Von der Leyen prometió en su discurso previo a la votación que sus comisarios, sus “ministros”, trabajarán desde el centro, superando la fragmentación y permaneciendo unidos ante los retos planteados.
Nada de ello ha convencido a Alberto Núñez Feijóo, que, cual político antisistema, ha votado en contra del gobierno presentado por su propio partido. Tal irresponsabilidad, tamaño error, que en el momento actual adquiere una dimensión centuplicada, demuestra dos cosas: bien su miedo a ser despojado en el escenario patrio de su posición alcanzada (la de aspirante a presidir el Gobierno), bien su incapacidad para encabezar ningún proyecto que requiera compromiso, responsabilidad y valor en la toma de decisiones. Miedo e irresponsabilidad, sumados, son suficientes argumentos para invalidar a cualquier candidato. Se entiende que Feijóo tenga la atención puesta en los devaneos académicos de la mujer de Pedro Sánchez o en las tropelías de Ábalos, al fin y al cabo es labor de la oposición controlar al Gobierno, pero no que se desentienda de su compromiso europeo. Nos jugamos demasiado.