La flor del frío

23/01/2021 - 10:40 Antonio Yagüe

Sin tanta nieve, Molina de Aragón, ubicada por algunos telediarios en Teruel, Zaragoza o Cuenca, sigue firme en su imparable candidatura a Ciudad del Frío. 

Han pasado las nevadas, con el tasco récord de un metro de espesor en Madrid, falta de previsión (meteorológica y política) y excusas de jugador de guiñote tras un arrastre desacertado: “después de lo visto, todo el mundo es listo”. Como decía un paisano, parece que si en Madrid se casca un huevo todos comemos tortilla. Pero la matraca de los medios tampoco ha servido demasiado para aliviar el desastre.

Sin tanta nieve, Molina de Aragón, ubicada por algunos telediarios en Teruel, Zaragoza o Cuenca, sigue firme en su imparable candidatura a Ciudad del Frío. Las redes y grupos de wasap se saturan con imágenes de termómetros a muchos “menos tantos grados” y declaraciones de vecinos ufanos de estos rigores climáticos. 

Como si de un cuento de hadas se tratase, el frío helador de la noche unido a la niebla y la humedad del Gallo, está provocando en las huertas hacia Castilnuevo y en el Barranco de la Hoz cencelladas que regalan los sentidos. Unas postales máximamente invernales. Es como si atravesaras una puerta mágica y llegaras hasta la mismísima Narnia, fantástico país congelado en un invierno eterno.

Quizás estábamos equivocados. Nos indicaban “Frío, frío” jugando a las prendas cuando nos alejábamos del objeto codiciado. Sentíamos frío al alejarnos del Sol, origen de la vida según los egipcios. El frío también era indiferencia y desamor. Había miradas como la heladora a Quevedo de aquella desdeñosa dama a la que, sin embargo, se dirigió con este endecasílabo ardiente de pasión: “hermosísimo invierno de mi vida”.  

Se decía en nuestro instituto Santo Tomás que el frío avivaba la inteligencia. No es extraño que, en los balcones del invierno, la única flor que perdure sea la del pensamiento y el campo se muestre florido con el mudo resplandor de cencelladas. Poesía de la verdadera. Como en la noche fría coronada de hielo de Góngora, la mano de nieve que arrancaba notas del arpa de Bécquer, o en la belleza del “frío junto a los manantiales” expresada como nadie por Antonio Gamoneda.