La gripe española
Hace cien años España sufrió una pandemia en la que más de 200.000 personas perdieron la vida.
Hace 100 años, entre 1918 y 1920, España sufrió una pandemia como no se recordaba desde hacía siglos. Más de 200.000 personas perdieron la vida. Una hermana de mi abuela, sin ir más lejos. En total, se calcula que en todo el mundo los fallecidos sumaron entre 40 y 100 millones.
Afectó a un tercio de la población mundial y su tasa de mortalidad se situó entre el 10 y el 20%, lo cual quiere decir que murió entre el 3 y el 6% de los habitantes del planeta. Se denominó “gripe española” no porque surgiera aquí -no fuimos el Wuhan del siglo XX- sino porque mientras el resto de Europa estaba inmersa en la primera guerra mundial, nosotros teníamos menos temas a los que dedicar atención (y menor control de la prensa) y se convirtió en un fenómeno mediático para la época. En realidad, el virus lo habían traído a Europa las tropas norteamericanas, pero eso nunca se le aclaró a la opinión pública. Los muertos por aquella gripe fueron el triple de los que causó la guerra mundial.
No fue la primera ni la última pandemia. La peste bubónica, por ejemplo, se llevó por delante en 1582 al 30% de la población de Tenerife. La viruela se cobró también en el siglo XVI millones de vidas entre los mayas y los aztecas. En 1649, en Sevilla murió por lapeste casi el 50% de su población; una serie de televisión lo revivía hace poco. En tiempos más cercanos, el sida se ha cobrado más de 30 millones de muertes desde comienzos de los años 80. En 2010, hace cuatro días, la gripe A acabó con la vida de 18.000 personas. En 2014 el ébola trajo consigo 4.500 muertes en apenas medio año.
Como seres humanos que somos, por mucho que nos creamos dioses inmortales, estamos sometidos a que una mutación biológica derive en una pandemia que acabe con nosotros. Una catástrofe de esta naturaleza nos pone contra el espejo, nos da las verdaderas dimensiones de nuestro lugar en la evolución. Hemos avanzado sobremanera y en muy poco tiempo, pero seguimos sometidos a fuerzas que no somos capaces de controlar. Sabemos mucho y, gracias a la ciencia, podemos averiguar el porqué de las cosas que nos pasan, pero estamos igualmente supeditados a ellas. Dicho esto, lo que no tiene parangón es la psicosis social que, en ocasiones alentada por los medios de comunicación, nos invade cada vez que pasa algo semejante y en este caso en particular. En este momento, ni estamos ante una catástrofe irreversible ni tampoco podemos mirar alegremente para otra parte. No hay ningún motivo para la alarma irracional, aunque los hay todos para la precaución y la cautela.