La guerra eterna
Aunque desde perspectivas diferentes, algunas encontradas, me quedó el buen sabor de boca de haber sido capaces de dialogar sin obviar la complejidad de una contienda tan poliédrica y compleja como aquella.
Interesante conversación la mantenida este miércoles sobre el conflicto árabe-israelí en una abarrotada sala Multiusos del Centro San José, donde compartí mesa redonda –desinteresadamente, como he hecho siempre con la Asociación de la Prensa de Guadalajara– con dos periodistas de primer nivel: Javier Gutiérrez, ex corresponsal de TVE en Oriente Próximo, y Alfonso Armada, veterano corresponsal y brillante escritor, atinadamente moderados por Juan Ignacio Cortés. No sorprende el interés que despertó, a pesar de coincidir con otro evento de similar temática organizado en la Biblioteca Pública, ya que en la actual guerra confluyen enfrentamientos atávicos, posicionamientos ideológicos y no pocos prejuicios y lugares comunes mantenidos a lo largo del tiempo.
Aunque desde perspectivas diferentes, algunas encontradas, me quedó el buen sabor de boca de haber sido capaces de dialogar sin obviar la complejidad de una contienda tan poliédrica y compleja como aquella. Lo normal, lo que se impone desde buena parte de los medios de comunicación, de los partidos políticos y de la sociedad civil expresada en las redes sociales, es una narración, un relato de buenos y malos, en el que a un pobre pueblo, el palestino, le ha sido negado su derecho a construir su propio Estado por Israel, que, genocida y criminal, sólo desea su mal. En el afán por estar del lado bueno de la historia, bien por desconocimiento, bien por narcisismo, lo común es denigrar a los israelíes, sin atender ni entender sus razones, y asumir como única verdad la de los palestinos que rigen Gaza hoy en día, es decir, la de Hamás. Tras asesinar el pasado 7 de octubre a más de 1.200 personas en un alud de atentados (por comparar, ETA mató a 850 personas en 50 años), y pese a ello seguir comprando el discurso de sus ejecutantes, no es de extrañar que Hamás felicite a Pedro Sánchez y tantos otros que esquivan un análisis más profundo.
Palestina no es un Estado porque cuando hubiera podido serlo no se lo permitieron sus vecinos, esos que ahora lloran con lágrimas de cocodrilo, cuando se le ofreció la posibilidad no la aceptó, y cuando lo ha pretendido ha sido frenada por las potencias extranjeras. Es cierto que Israel, más interesado que nadie en su existencia, invadió territorios, pero tras sufrir dos guerras, y en ningún caso tierras que fueran parte de un inexistente Estado palestino. Por lo demás, no querer ver la manipulación en el número de muertos, el uso de escudos humanos, la represión interna de Hamás o los asesinatos de su propia población cuando ha pretendido escapar de las zonas bombardeadas, es hacer el juego a los terroristas y profundizar en la eternización de un problema que cada vez es más de todos.