La pandemia milenaria


La pandemia a la que me refiero es la violencia de género y está causada por un virus llamado machismo. Tiene una vacuna, se llama igualdad radical y efectiva entre hombres y mujeres.

Estamos a cuatro días de conmemorar una fecha que no debería existir en el calendario, pues ello significaría que nos habríamos librado de una pandemia con la que convivimos desde hace milenios, sin importar la época ni el lugar.

Se trata de una pandemia mundial que afecta a las mujeres y las niñas. Sin duda, también hay otras innegables calamidades a las que tenemos el deber cívico y moral de hacer frente, pero esta se encuentra tan naturalizada que en muchas ocasiones no nos damos cuenta de que circula por todas partes.

En nuestro país, desde que se iniciaron los registros oficiales en 2003, la epidemia cada año siega la vida de unas sesenta mujeres, superándose ya las mil víctimas mortales, una cifra mayor que la de las personas asesinadas vilmente por la banda terrorista ETA; además, atrapa en una tortura tan insoportable como cotidiana a miles y miles de mujeres, así como a sus hijas e hijos, que también son víctimas de sus terribles consecuencias.

Al igual que la COVID-19, la pandemia de la que hablamos tiene negacionistas que tratan de confundir a la sociedad. Echan las culpas a quienes luchan contra esta enfermedad, que no es inevitable, incluso acaban responsabilizando a las mujeres de su vulnerabilidad frente a este gran problema.

La pandemia a la que me refiero es la violencia de género y está causada por un virus llamado machismo. Asombrosamente tiene una vacuna, la igualdad radical y efectiva entre mujeres y hombres, de la que, con sinceridad, pienso que podríamos hacer más uso.

 

Como ya se ha dicho, la violencia de género no se circunscribe a la sociedad moderna, aunque ahora sea más visible; al contrario de lo que algunas personas creen, tampoco se limita a ciertas áreas geográficas, a las clases sociales desfavorecidas o a problemas relacionados con las adicciones. Si quieren, pongamos un ejemplo de cómo la violencia que se ejerce específicamente sobre las mujeres y las niñas se ha perpetuado a lo largo de la historia, con independencia de la posición social y económica de sus víctimas y verdugos.

Aldonza de Mendoza, una de nuestras damas más ilustres y recordadas en la provincia, fue una mujer rica y culta (poseía una biblioteca nada desdeñable para la época en la que, curiosamente, no abundaban los libros religiosos, como se presuponía en las mujeres, y sí las obras de historia y caballería). 

La profesora Marta Cendón Fernández ha escrito un magnífico artículo en el que queda patente que doña Aldonza era víctima de la violencia de género que su marido ejercía sobre ella de múltiples maneras, tanto a nivel psicológico, como físico y económico. «El matrimonio no tuvo descendencia y Fadrique trató de modo violento y cruel a Aldonza. Pardo de Guevara halló en el archivo ducal de Alba un pleito de 1443, donde se ponen de manifiesto los abusos y malos tratos que don Fadrique infringe a su esposa». 

Además de humillarla y vivir a su costa, el duque de Arjona le robó dinero, joyas, acémilas, tapices… hasta piezas del ajuar para sufragar sus contubernios políticos, costear su nivel de vida y mantener a sus amantes. Pero aquí no queda la cosa, pues también estuvo retenida «en Ponferrada, unos veinte o veintidós meses según algunos testigos, entre dos y hasta cinco años en las conclusiones», en referencia al pleito antes mencionado. Incluso una de sus criadas testifica, apoyada por otro testimonio, que su esposo intentó envenenarla con unas hierbas, lo que hacía que doña Aldonza temiera por su vida.

Tras la muerte de su infame marido, pudo llevar una vida algo más tranquila y ojalá, más feliz. Murió en sus tierras de Cogolludo y Espinosa de Henares y aunque su deseo era que su sepulcro permaneciese en el convento de San Bartolomé en Lupiana, hoy podemos contemplar esta magnífica obra de alabastro en el Museo Provincial de Guadalajara.

Don Fadrique, como muchos maltratadores en la actualidad, gozaba de una imagen pública impecable, enmascarando con sus cualidades caballerescas -hasta escribía poesía- un auténtico depredador. Admito que la opinión que tengo sobre él es, sencillamente, deplorable. Además de maltratar a doña Aldonza, conspiró contra el marido de Juana Pimentel -una de mis mujeres bajomedievales favoritas-, el condestable de Castilla Álvaro de Luna. 

Dejando a un lado los tejemanejes políticos de don Álvaro, que también tenía lo suyo, permítanme que termine haciendo mención a su Libro de las virtuosas e claras mugeres, apreciando en él una actitud bien diferente a la del cretino Fadrique. La realidad es que acabar con la violencia de género, antes y ahora, no es un asunto de mujeres, sino una responsabilidad de toda la sociedad, incluyendo sus instituciones y, por supuesto, los varones.